Emisión e inflación
La creación de dinero a un ritmo mayor que el crecimiento físico de la economía desencadena un proceso inflacionario.
La Nación – El Banco Central ha decidido modificar su programa monetario elevando los límites de expansión de la cantidad de dinero. En realidad, sólo ha convalidado el desborde que de hecho se esta produciendo al tener inevitablemente que emitir en cantidades que no ha podido reabsorber mediante una mayor colocación de pases y letras. El riesgo de secar la oferta de crédito, desplazando al sector privado y contrayendo la economía, ha limitado estas colocaciones, ya que el temor de provocar recesión supera al de impulsar una mayor inflación.
La emisión monetaria está siendo motorizada por dos razones principales. Por un lado, el Banco Central debe cubrir el déficit financiero del Gobierno nacional, que está imposibilitado de recurrir a otras fuentes en tanto no tenga acceso a los mercados de crédito. Por otro lado, hay emisión de pesos para adquirir dólares excedentes del mercado cambiario. Esto último tiene a su vez dos orígenes. La salida de la cosecha y el superávit comercial es uno. El otro es casi paradojal: la percepción de la gente de que el Gobierno ha decidido mantener estable la cotización del dólar como ancla antiinflacionaria mueve a cambiar ahorros en dólares por pesos para ganar en el corto plazo un mejor interés.
Estos movimientos compensan con creces la fuga de capitales y le crean al Gobierno una suerte de círculo vicioso. Hay inflación; se fija el dólar como ancla; la gente lo percibe y se desprende de sus dólares; esto obliga a emitir para adquirirlos y se produce más inflación. Este fenómeno se ha producido históricamente en nuestro país cada vez que se ha fijado el tipo de cambio intentando morigerar la inflación.
El Tesoro y el Banco Central han convenido en que este último le entregue mensualmente la suma de 3000 millones de pesos en concepto de "utilidades" del año 2009. Se trata de utilidades originadas en la valorización de las reservas en divisas como consecuencia de la devaluación doméstica, o sea que no son utilidades genuinas, sino meramente contables, y su transferencia al Tesoro no es otra cosa que emisión para cubrir el déficit.
Como parte de esta misma artificialidad, el Gobierno las computa como recurso corriente, mostrando así un resultado ficticio. A nivel anual, esta sola emisión equivale a un 26 por ciento de la base monetaria. La compra de reservas ha exigido, por su lado, durante 2010, una emisión de 26.800 millones de pesos. Frente a estas expansiones, la absorción neta lograda por el Banco Central entre enero y agosto de 2010 mediante pases y colocación de letras ha sido de 18.000 millones. Fue así insuficiente para compensar la emisión, y esta insuficiencia se ha acentuado en los últimos meses. En los últimos 45 días, el incremento de la base monetaria superó los 8000 millones de pesos, lo que implica un ritmo anualizado de crecimiento de más del 40 por ciento.
La creación de dinero a un mayor ritmo que el crecimiento físico de la economía y que no responde a una mayor propensión de la gente por retenerlo crea inflación. Esta es una realidad suficientemente comprobada como para que pueda hoy ponérsela en duda.
También es una realidad en la Argentina de hoy que la gente percibe una inflación creciente y, por lo tanto, tiende a retener menos tiempo el dinero en el bolsillo o en su cuenta bancaria. La velocidad de circulación del dinero, aunque levemente, está aumentando, y esto puede complicar aún más el panorama inflacionario desde la visión monetaria del fenómeno. Se percibe además que se producen aumentos de precios y salarios por encima de la inflación pasada; es decir que hay comportamientos preventivos típicos de procesos inflacionarios ya arraigados y que hacen más difícil su corrección.
El reconocimiento y la convalidación del desborde monetario por parte del Banco Central parece indicar que se actúa pasivamente detrás de lo hechos.
No se advierte ninguna acción estructural sobre el extraordinario crecimiento del gasto público y el consecuente déficit fiscal. Tampoco se observa ninguna intención de abandonar un modelo de exacerbación del consumo que desemboca en inflación al no ser acompañado por inversiones en la capacidad productiva. Hay, además, fuertes distorsiones en ciertos precios sometidos a congelamientos y controles, que requieren un sinceramiento que no podría lograrse sin efectos espiralizantes fuera del marco de un coherente programa antiinflacionario. No es hora de convalidar desbordes, sino de actuar con responsabilidad.
La inflación ha pasado a ser un problema serio, que obliga a soluciones serias.