Lecciones de medicina para el futuro gobierno

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Por Rodolfo Terragno.

En la Unión Europea, la inflación anual es de apenas 0,7 % y el dólar vale 75 centavos.

Cualquiera de nosotros diría que es una situación ideal. No lo es.

En Roma, el ministro de Economía y Finanzas, Fabrizio Saccomanni, en consonancia con sus colegas de la eurozona, dice que la economía europea no se levantará si “los precios al consumidor siguen aumentando tan lentamente”. En Francfort, el Banco Central Europeo (BCE) hace saber que su objetivo es subir la inflación de 0,7 a 2 por ciento y, con ese fin, acaba de reducir las tasas de interés interbancario. Quiere que los bancos tengan más liquidez, el crédito se haga más barato, haya más dinero en el mercado, crezca la producción y con ella el empleo. En Bruselas, la Comisión Europea duda que el BCE logre lo que se propone: sospecha que la baja de intereses no hará, por sí sola, que la inflación aumente tanto como se desea. Su cálculo es que hasta 2015 no pasará de un “alarmante” 1,5. En París, el ministro de Industria, Arnaud Montebourg, clama por un dólar más caro porque un euro “demasiado alemán” (es decir, muy fuerte) le quita competitividad a la zona.

Ahora bien, a ninguno de ellos se les ocurre que el alza de la inflación y la caída del euro sean un “modelo” o que expresen una “ideología”: dos palabras que pueblan la retórica de nuestros gobiernos y las críticas de sus opositores.

En Europa, los que hoy reclaman precios más altos son los mismos que ayer auspiciaban (y mañana tal vez vuelvan a auspiciar) medidas antiinflacionarias.

Defienden la expansión o el ajuste según sea la enfermedad a curar.

La solución de los problemas económicos no depende de dogmas sino de un examen similar al que debe hacer el médico.

Como los organismos, la economía padece, en momentos distintos, males que no tienen nada en común. No se puede curarlos todos con las mismas drogas.

El futuro gobierno argentino (2015-2019), que heredará una economía en terapia intensiva, deberá aplicar el método de las ciencias médicas.

Economía preventiva.

Para evitar o disminuir la probabilidad de cierta enfermedad, es necesario eliminar o reducir factores de riesgo y, siempre que se pueda, inmunizar.

En los últimos años, la Argentina pudo haber sido vacunada contra este tipo de inflación. No sólo no se la vacunó: su economía fue expuesta a focos infecciosos que terminaron por hacerla víctima.

No hay posibilidad de atribuir la inflación a la influencia externa. A diferencia de lo que ocurría en los 80, hoy no existe en el mundo una pandemia inflacionaria. Al contrario, según hemos visto, Europa está empeñada en hacer subir su inflación, así como en los años 70 u 80 se esforzaba por hacerla bajar. Inglaterra llegó a tener entonces 27 por ciento.

En la actual tabla de los diez países con más alta inflación, sólo Bielorrusia, Etiopía, Venezuela e Irán tienen más que la Argentina; cierran la lista, ligeramente por debajo de nosotros, Eritrea, Yemen, Surinam, Uganda y Vietnam.

Diagnóstico.

Con frecuencia se dice que “el diagnóstico lo sabemos todos”: precios que no dejan de subir, baja del salario real, frenos que el Gobierno aprieta sin resultados …

Eso no es un diagnóstico. En una enumeración de síntomas. El diagnóstico consiste en individualizar la causa (o las causas) de los síntomas.

Para comprender nuestra actual enfermedad inflacionaria es necesario radiografiar las cuentas públicas y el circulante.

Iatrogénesis.

Algunos males, así del organismo como de la economía, derivan de lo que, en medicina, se conoce como iatrogénesis: la enfermedad provocada o agravada por error del médico (o del funcionario).

La inflación que padecemos es iatrogénica: proviene de las políticas presupuestaria, fiscal y monetaria del Gobierno.

Lo primero que deberá hacer el próximo es revertir todo aquello que ha enfermado a la economía. Por supuesto, lo más conveniente (pero poco verosímil) sería que la rectificación fuera iniciada ya mismo por las actuales autoridades, pero resulta poco verosímil.

Terapéutica.

Las medicinas suelen tener efectos secundarios indeseables y hasta contraproducentes, por lo cual se requiere vigilancia médica. No es raro, tampoco, que dos fármacos sean incompatibles. Las próximos gobernantes deben saber que, a veces, los remedios ideales tienen efectos contrarios a los perseguidos.

No les será sencillo desalojar las drogas que han venido minando el cuerpo económico. Como en el caso de los fármacos neurológicos, retirarle al paciente, de improviso, lo que ha estado tomando. Puede tener efectos negativos nada triviales, y no siempre es fácil hallar los sustitutos.

Rapport. El enfermo (o la ciudadanía) puede tener resistencias al tratamiento o desconfianza al médico (o gobernante) y en ese caso es necesario explicar, persuadir y ganar credibilidad. Eso es lo que se llama rapport médico-paciente, que en el caso de la economía es la relación gobernantes-gobernados.

Durante el tiempo en el que una enfermedad sea asintomática, el paciente puede gozar una falsa sensación de bienestar, y al momento de experimentar los síntomas, creerá que hasta entonces estaba sano y reclamará una rápida cura.

La actual inflación es consecuencia de haber dilapidado las ganancias que dejó la soja, así como del desborde fiscal y de la inmoderada inyección de billetes.

Sin embargo, todas esas cosas provocaron una bonanza narcótica, que va a ser añorada cuando se quiera sanear la economía.

Con relación a eso, la gran tarea del próximo gobierno consistirá en explicar (y lograr que se entienda) por qué se pasó de un estado a otro, y cómo la terapéutica ayudará a robustecer genuinamente la economía, subiendo al mismo tiempo los niveles de empleo y los salarios.

Es el desafío que deberá afrontar quien se convierta en el médico de cabecera de este país que oscila de manera bipolar entre euforias y desengaños.

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