28 de junio de 1966. Golpe al republicanismo.

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Por Hernán Rossi.

28 de junio de 1966. Golpe al republicanismo.

A su regreso de una gira por el exterior, y en un calculado movimiento palaciego, el general Juan Carlos Onganía renunciaba a la Comandancia General del Ejército en 1965. El plan destituyente estaba en marcha.

Los sindicalistas, con Augusto Timoteo Vandor a la cabeza, entablaron tratativas con Onganía para que este fuera la cabeza de la “revolución”; con este pomposo nombre denominaron a un movimiento que no era más que un golpe militar clásico contra un gobierno constitucional.

Al frente de ese gobierno hubo un hombre íntegro. Un médico, un dirigente radical absolutamente convencido acerca del carácter formador de conductas del Estado, un eficaz reproductor de ejemplos. Si se ejerce el gobierno con rectitud, con honestidad, eso brega de modo inexorable en las conductas de los ciudadanos. Una suerte de reciprocidad virtuosa. Por el contrario si desde el poder se ejerce la corrupción la sociedad no tardará en corromperse.

Aquel presidente fue Arturo Humberto Illia, un reservorio de autoridad moral conjugado con una doctrina republicana en una Argentina carcomida por el corporativismo.

El ejercicio de la política sin un sustrato ético es solo ejercicio del poder por el poder mismo, y eso termina en proyectos autoritarios, hegemónicos, en donde la corrupción generalizada muestra imágenes sorprendentes como la de arrojar bolsos con dólares tras los muros de un convento o en la construcción de magnificentes complejos de hoteles para turistas ricos, a partir del desvío de fondos públicos.

Esa conjunción entre honestidad y gestión pública hizo del gobierno de Illia un ejemplo a imitar siempre. Inclusive su trascendencia se materializa en tendencias actuales de gestión. Con la anulación de oscuros contratos petroleros llevó adelante una agenda anticorrupción, con la eliminación de los gastos reservados se anticipó al concepto actual en boga: el de acceso a la información.

Además, pueden nombrarse algunas acciones importantes como el Plan Nacional de Desarrollo, la Ley de Medicamentos, que intentó fragmentar un mercado oligopolizado, y la inversión en educación que marcó un record histórico.

La talla democrática de Arturo Illia ha quedado reflejada en una infinidad de situaciones pero entre ellas sobresale el diálogo del presidente con el general golpista Julio Alzogaray aquel 28 de junio de 1966.

Al irrumpir en Casa de Gobierno para acometer el golpe este militarse apersona ante Illia y le dice que viene a cumplir órdenes del Comandante en Jefe, a lo que el presidente responde: “El Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas soy yo, mi autoridad emana de la Constitución, que nosotros hemos cumplido y usted ha jurado cumplir. A lo sumo usted es un general sublevado que engaña a los soldados y se aprovecha de su juventud que no quieren ni sienten esto”. “Usted no representa a las fuerzas armadas, solo representa un grupo de insurrectos. Usted además es un usurpador que se vale de la fuerza de los cañones y de los soldados de la Constitución para desatar la fuerza contra la misma Constitución y la Ley. Usted y quienes lo acompañan actúan como salteadores nocturnos, que como los bandidos aparecen en las madrugadas”.

El presidente con palabras y principios puso las cosas en su lugar.

Illia rompe con toda connotación negativa de la política como actividad al liderar el ranking de Honestidad para los argentinos. En una de sus últimas mediciones la encuestadora Giacobbe & Asociados lo ubica primero seguido por René Favaloro, Manuel Belgrano, Papa Francisco y María Teresa de Calcuta. Esto es una muy buena noticia para la República latente, para el ejercicio de la política con arreglo a valores.

No hay casualidades, se trata de una enorme personalidad que se torna bandera para nuestra sociedad. El radicalismo no es una entelequia. Fue forjado al calor de estos ejemplos que aún perduran y se tornan necesarios para la construcción de la Argentina inmediata. 

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