Y el mundo sigue andando

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En la Argentina nos asfixian los debates que deberían resolverse mediante el juego aceitado de las instituciones representativas. Por Marcos Aguinis

LaNación.com.ar – Pronto llegaremos a los dos siglos de vida independiente y aún no se ha enraizado el Estado de Derecho. Muchos ni entienden qué quiere decir. Por momentos, parece que hubiéramos regresado al nivel de la tribu troglodita, en la que los caprichos de un cacique son la ley y se continúan celebrando ritos seniles para calentar la emoción.

Dejamos pasar la oportunidad de volver a lucir como un granero del mundo. La productividad intensiva no se tiene en cuenta ni siquiera en los discursos oficiales. Un velo denso impide mirar hacia el futuro y las pupilas sólo se concentran en hechos del pasado. Se juzga como un delito tener éxito y es malo ganar con el trabajo y el esfuerzo. Se machaca el slogan de la "renta extraordinaria" (de los otros, claro), porque en esa renta no se incluyen las también "extraordinarias" (secretas y no tan secretas) ganancias de quienes se encaramaron al trono, rodeados por un estrecho y próspero círculo de amigos.

Mientras nos entretenemos con polémicas suscitadas por el afán de poder y nos volvemos cada vez más irrelevantes, el mundo sigue andando, tal como el tango proclama con sabiduría. No disminuye nuestra pobreza y crece la inflación debido a causas muy simples: no existen suficientes inversiones genuinas debido a que no se mejora la institucionalidad ni se premia la productividad. No mejora la educación de forma sistemática en ninguno de los tres niveles. No aumenta la seguridad pública, bombardeada por la anomia, la droga, la complicidad de las fuerzas policiales y una falta pavorosa de la debida política de Estado que aspire a corregir sus múltiples falencias. No se pueden trazar planes de aliento ni siquiera en la dimensión individual porque las leyes cambian según los antojos de quien sostiene "la sartén por el mango y el mango también".

Pero, como dije, el mundo sigue andando.

La clase media de los países pobres -excepto la Argentina- crece a gran velocidad. Expertos en la materia afirman que en 2020 (para el que sólo faltan 12 años), 1800 millones de personas engrosarán sus multitudes. De esas personas, alrededor de 600 millones serán chinos. Otros millones corresponderán a los indios, en cuyo país aumentará por diez la clase media. También será prodigioso el aumento entre nuestros hermanos brasileños. No dejemos de tener en cuenta que el Brasil ya es considerado una potencia mundial, mientras nuestra Argentina se degradó a deudora cabizbaja de Venezuela.

Las consecuencias del tsunami "clase media" serán enormes. Habrá un incremento formidable de las demandas en todos los rubros, en especial de los alimentos. Ahí la Argentina tendría de nuevo una oportunidad de oro. Pero la estamos dejando pasar, porque nos ocupa la "redistribución de la renta" (de los otros), como si ya tuviésemos toda la riqueza del universo y sólo debemos empeñarnos en repartirla.

En lugar de poner en marcha políticas que incrementen de forma vertical las inversiones y la productividad, recurrimos, como los países atrasados, al prehistórico método del control de precios. The Economist asegura que el nivel de precios en materia de alimentos llegó a su nivel más alto en todas partes, pero no se los corrige dando puñetazos sobre la mesa. La demanda es una realidad que debe ser aprovechada con inteligencia. Algunos despistados creen que los precios suben por la voracidad de los productores o porque hay menos comida. No es así. Los precios están sujetos a las leyes del mercado. Y la producción de cereales se incrementó en los últimos tiempos por varias razones. Algunos son usados para fabricar combustible y, además, ahora hay más gente que se puede dar el lujo de comer tres veces al día.

Por otra parte, como escribe Moisés Naim en su columna de El País , la nueva clase media no sólo consume más comida; también compra más ropa, refrigeradores, juguetes, medicinas y, eventualmente, autos y casas. Exige mejores hospitales y una educación más sofisticada. La clase media también consume más energía. En 2005, China aumentó su capacidad de producción eléctrica tanto como toda la electricidad que produce el Reino Unido en un año. En 2006, aumentó tanto como toda Francia. A la clase media también le gusta viajar. Si se estima que los 846 millones de turistas que hoy viajan cada año llegarán a ser 1600 millones en 2020, la Argentina tendrá otro filón maravilloso. Pero para aprovecharlo se requiere una mirada estratégica, estimular a los inversores inyectando solidez a las leyes, aumentar la seguridad en las ciudades y caminos, mejorar las rutas, actualizar los trenes (y dejar para los chistes el tren bala, que ni siquiera existe en los Estados Unidos).

El sabotaje al incremento de la producción del campo, en la Argentina, ya no es el resultado de las crueles sorpresas climáticas, sino de políticas erradas y la ausencia del poco comprendido Estado de Derecho. En todos los países existe -de forma ruidosa o encubierta, vigorosa o débil- un lobby agropecuario. Algunos tienen más dinero; otros, más expertos sutiles. Buscan mejoras para el sector, que no sólo se expresen en ganancias, sino en el deseo de reinvertir. Pero no han conseguido evitar la formación de nudos gordianos en materia de tarifas, subsidios, controles, privilegios, prohibiciones, transgresiones y zigzagueos que corrompen la productividad y el comercio mundial. Lo cierto es que la creciente demanda revelará que son insostenibles las distorsiones y las hipocresías. Hay que tener un caradurismo de acero inoxidable para combatir el proteccionismo de otros, mientras se lo aplica en la propia casa. O la ley es pareja o no es una ley respetable.

En la Argentina todavía tienen predicamento los paranoicos que se asustan ante las inversiones. Es lo que sucede con mentalidades que prefieren mantener congeladas las riquezas de sus países, y padecer la miseria y el atraso, que verlas motorizadas por capitales que suponen satánicos. No ocurre en lugares como Irlanda, nación que ha dado un vuelco copernicano al rebajar de forma vertical los impuestos para que suban -también de forma vertical- las ganancias e inversiones. De ese modo, se ha transformado en una de las economías más prósperas del globo, que dejó de expulsar ciudadanos empobrecidos y ahora es un polo de acelerada inmigración debido a las innumerables fuentes de trabajo que se abren como flores cada día.

Las inversiones extranjeras también se realizan en los Estados Unidos. Recuerdo que hace unas décadas algunos entraron en pánico frente a la oleada de capitales japoneses que adquirían inmuebles y firmas emblemáticas. Ahora ya no son los japoneses -que ni se adueñaron del país ni le cambiaron la cultura, como suponían los rayados hipernacionalistas-, sino europeos quienes compran e invierten allí. Han descubierto que ganarán más vendiendo a Europa desde fuera de la misma Europa. Es un twist admirable por donde se lo mire. En los Estados Unidos los Emiratos Arabes ya habían invertido 7500 millones de dólares en el Citigroup y China unos 3000 millones en el Blackstone Group. Pero la estrategia de invertir en Estados Unidos por parte de los europeos es más asombroso aún. Van a ganar más exportando al mundo desde una nueva base, y los Estados Unidos aumentarán sus fuentes de empleo. En ambos sitios habrá pelea, claro. Políticos de Europa se quejarán de exportar trabajo a Estados Unidos y en este país estallarán voces sobre la "venta de América". El fenómeno era impensable pocos años atrás.

Este cambio se debe en primer lugar al alto valor del euro frente al dólar. Es una oportunidad que no será eterna, y la quieren aprovechar enseguida. No son como nosotros, los argentinos piolas, que dejamos pasar las oportunidades frente a nuestras narices como si fuesen golondrinas.

Pero la novedad no debe atribuirse sólo a la diferencia entre el euro y el dólar. Importan las condiciones más competitivas que ofrece el sistema laboral norteamericano, en el que las trade unions no desempeñan un papel tan regresivo como los sindicatos europeos. Además, en Europa la carga burocrática tiene un peso de siglos, con una demagogia e inercia que no logran cancelar. Naim cita a un empresario de Italia: "No puedo permitirme el lujo de no mudarme a Estados Unidos si quiero que mi compañía familiar sobreviva. No sólo será más barato, sino que también nos introducirá en un vecindario lleno de empresas tecnológicas y estaremos dentro del mercado más grande del mundo. Mantendremos algunas operaciones de diseño en Italia, pero todo lo demás se muda a Massachussets".

Los ejemplos abundan: Thyssen puso en Alabama una planta enorme; la francesa Alston contruye una fábrica en Tennessee; Fiat levanta fábricas en varias ciudades y hay bancos europeos que expanden su presencia de costa a costa. No hay que mirar sólo esos grandes emprendimientos; sin embargo, porque miles de transacciones las efectúan empresas medianas. No habrá secretario de Comercio Interior como Moreno que intente poner freno al oleaje, ni en una ni en la otra costa del Atlántico. Chillarán los demagogos y los miopes, que nunca faltan. Pero sólo quienes estudian la realidad como es y se esmeran en sacarle provecho creativamente podrán recoger los laureles del triunfo.

Thomas Friedman, en una columna reciente del New York Times , señala que en las próximas elecciones de su país no prevalecerá la angustia por Al Qaeda o la guerra de Irak, sino por el aumento del combustible y los alimentos, la contracción inmobiliaria, las amenazas de desocupación y los créditos bancarios reticentes. Su incontenible franqueza lo lleva a decir que están amenazados por la declinación. "Pero no es terminal, no es irreversible." Recuerda que grandes desafíos estimularon grandes respuestas. Después del Sputnik soviético, se incrementó la tecnología; después de la crisis petrolera de 1973, hubo un dramático crecimiento de la eficiencia energética; luego de que la seguridad social entró en peligro durante los años 80, brotaron muchas soluciones.

Friedman no se avergüenza de recordar un viejo adagio: "Así como le va a General Motors, así le va a Estados Unidos". Es una frase aplicable a la Argentina: así como le va al campo, le va al país. O mucho, mejor todavía: así como les va a nuestras instituciones, así le va a la República. ¡Ojo, que el mundo sigue andando!

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