Qué hay detrás de la escalada del petróleo

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En enero pasado el barril de referencia en Estados Unidos superó la barrera de los U$S 100 y desde entonces no se detuvo su tendencia alcista.

ElEconomista.com.ar – Por Dolores Valle. “Adoptaremos una política energética que nos permitirá dejar de depender del petróleo de Oriente Medio. De este modo, no tendremos que volver a enviar a nuestros jóvenes a pelear allí”.
Quien sorprendió a propios y extraños con este discurso, pocas semanas atrás, fue nada menos que el candidato republicano a las elecciones presidenciales en Estados Unidos. John McCain terminó así por admitir que las reservas de crudo iraquí (más que las fantasmales armas de destrucción masiva) fueron el disparador de la invasión que llevó al derrocamiento del régimen de Bagdad. Aunque el senador procuró luego enmendar la gaffe afirmando que se había referido a la primera guerra del Golfo, de 1991, el daño ya estaba hecho. Algunos analistas se ocuparon de señalar, de inmediato, que McCain no sólo había dejado al desnudo las verdaderas intenciones de Washington a la hora de atacar a Irak, sino que, frente a esta meta declarada, resultaba evidente el fracaso de la estrategia asumida por la administración Bush: en 2003, el barril de petróleo se cotizaba a U$S 26; a cinco años de la costosa y cruenta intervención militar, Estados Unidos debe pagar casi cinco veces más.
En cuanto al objetivo estratégico de terminar con la dependencia de los hidrocarburos importados, las cifras son elocuentes: cuatro décadas atrás, Estados Unidos recurría al petróleo extranjero para cubrir un tercio de sus necesidades energéticas. La proporción ha trepado a 60%.
El hecho de que algo más del 70% de la oferta petrolera mundial esté en manos de compañías estatales ha alentado en Washington la noción de que el tema puede y debe ser objeto de una estrategia nacional, ya sea que se apele a la fuerza o la diplomacia. Sin embargo, el activo lobby desplegado por Washington en Arabia Saudita y otros países miembros de la OPEP (como la reciente y controvertida visita del propio Bush) revelan que las opciones, en este sentido, son escasas y a menudo poco viables: si los príncipes del Golfo se sienten acosados, tienen en sus manos el poder de agravar las tribulaciones financieras de Estados Unidos con el simple trámite de desprenderse, aunque sólo sea en parte, de sus enormes reservas de bonos del Tesoro norteamericano; o bien cambiar de cliente, y colocar más petróleo en los ávidos mercados asiáticos y europeos.
¿El problema está en Oriente?
Si se examina el panorama energético mundial desde el lado de la demanda, las potencias emergentes, como China y la India, suelen asomar como los grandes “culpables”. Según la Agencia Internacional de Energía (AIE), la demanda de los chinos se duplicó en la década transcurrida entre 1994 y 2003, y volverá a multiplicarse por dos antes de 2010. Para entonces, el gigante asiático habrá desplazado a Estados Unidos como principal consumidor de combustibles y contribuirá poderosamente a que en 2030 las necesidades energéticas del planeta hayan aumentado un 50%.
A los ojos de muchos observadores occidentales, este fenómeno es una consecuencia inevitable de la globalización de las pautas de consumo y, sobre todo, del progreso económico acelerado de las grandes naciones asiáticas. Actualmente, en China hay 10 automóviles por cada 1.000 habitantes, frente a los 580 vehículos por cada 1.000 estadounideneses. Pero esa brecha tiende a estrecharse rápidamente y en apenas siete años China podría convertirse en el mayor mercado mundial de automotores.
“Si los chinos y los indios terminan comiendo y manejando como los norteamericanos y los europeos, la actual escalada de precios de los alimentos y los combustibles podría ser solamente el comienzo. Y esto, sin contar con los obvios y temibles efectos sobre el ambiente”, aseveró un reciente artículo del diario británico The Financial Times. El despiadado análisis no pretende ocultar, por cierto, la alarma ante un hecho que una década atrás hubiera sido celebrado como auspicioso: cientos de millones de asiáticos están saliendo de la pobreza y empiezan a consumir bienes antes reservados a los “ricos” occidentales: carne vacuna y automóviles, por ejemplo.
El espejismo de la especulación
Desde el lado de la oferta, las cosas asoman también complicadas. Sólo la especulación parece explicar, por ejemplo, que el precio del crudo para la entrega inmediata sea más elevado que el del mercado a futuro. Esto podría reflejar el afán de algunos consumidores de acumular stocks para cubrirse ante futuras dificultades (aunque las cifras no aportan una señal clara al respecto) y el vuelco de muchos inversores a los commodities en respuesta a la caída del dólar, la baja de las tasas de interés y las turbulencias del mercado financiero. Sin embargo, el verdadero impacto de la especulación tiende a diluirse sobre el telón de fondo que proveen las estadísticas. Según la AIE, la extracción de petróleo debería incrementarse a un ritmo de 1.400.000 barriles diarios para adaptarse al ritmo de la demanda. Esto significa que cada siete años habría que sumar un volumen de producción equivalente al de Arabia Saudita. Y no se trata simplemente de cubrir las crecientes necesidades de los gigantes emergentes: dos tercios de esta producción adicional tendrían que destinarse a compensar el rendimiento menguante de los yacimientos actualmente explotados.
Todo indica que no es la especulación lo que desquicia actualmente al mercado mundial, sino que se está manifestando una tendencia que expresa, cada vez con más elocuencia, problemas más profundos. Desde comienzos de este año, la cotización del petróleo aumentó un 35%; pero el incremento llega a 90% si se contabilizan los últimos doce meses. Y desde enero de 2007 el precio ha trepado 130%. En este momento, el gasto en petróleo equivale al 8% del PIB mundial, el doble de lo que representaba en 2006.
Por otro lado, las alternativas a los combustibles fósiles son, todavía, inciertas y costosas. En el caso de la bioenergía, si se exceptúa el exitoso caso brasileño, hasta ahora sólo parece generar gastos en investigación y desarrollo, y promesas de negocios que atraen a inversionistas audaces. Por lo pronto, la anticipada necesidad de dedicar extensas áreas de cultivo a fines energéticos ha contribuido a impulsar la escalada de precios de los commodities agrícolas.
¿Empezar por casa?
Uno de los rasgos más llamativos de la actual crisis es la renuencia de Estados Unidos a moderar su consumo energético, aun frente al acelerado ascenso de los precios. Según datos oficiales, este año la demanda norteamericana descenderá apenas en unos 200.000 barriles diarios, que equivalen a un 1% del total (estimado en 20,7 millones de b/d).
Los expertos señalan que esto tiene que ver con la antigüedad de la flota de vehículos que recorren calles y rutas en Estados Unidos. Las mejoras tecnológicas han llevado la edad promedio de los 135 millones de automotores a algo más de 9 años (frente a los 6,5 años que se registraban en 1990). Esto significa que muchos de ellos carecen de la eficiencia energética que Detroit ha tratado de introducir en períodos recientes. Según el Departamento de Energía, el promedio actual de consumo de nafta de los automóviles es de 22,4 millas por galón, lo que deja casi inalterado el índice que se registraba a mediados de la década pasada (21,3 millas p/g).
Por otro lado, el auge de los autos híbridos (que combinan un motor propulsado por combustible tradicional con otro eléctrico) no se siente en las estadísticas de consumo energético porque el público estadounidense no ha variado en absoluto sus hábitos de manejo. Según el Departamento de Transporte, la distancia recorrida por quienes viajan en automóvil suma 1,7 billón de millas por año.
Para quienes creen más en las enseñanzas del mercado que en las campañas de concientización, estos números revelan que el precio del petróleo todavía no ha alcanzado un nivel suficientemente alto como para inducir un cambio de comportamiento de los consumidores norteamericanos. Aún a U$S 3,50 por galón, el costo de la nafta representa apenas un 29% de lo que debe pagar cada dueño de un automotor (si se consideran el seguro, los impuestos, la depreciación del vehículo y las cargas financieras).
Es cierto que el gobierno podría introducir, por la vía fiscal, los estímulos al ahorro energético que el mercado todavía no provee, pero no parece que ése sea un camino que los actuales residentes en la Casa Blanca o los principales aspirantes a sucederlos estén dispuestos a recorrer. Mientras tanto, Estados Unidos tendrá que destinar, este año, unos U$S 400.000 millones a la importación de petróleo y derivados, un 25% más que el año pasado.

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