Otros efectos visibles de la Gripe A
Por Aldo Neri
Clarín – Los hechos públicos inesperados que generan inquietud y sacuden nuestras rutinas sociales impactan, por lo menos, en dos planos diferentes. Uno, el más visible y acorde al tipo de acontecimiento -inundación, agresión externa, aguda crisis económica-. El otro, la paulatina iluminación de rincones oscuros, desatendidos cotidianamente, que guardan atributos de idiosincrasia y organización social de gran influencia en nuestras conductas colectivas.
Hace poco tiempo la gripe bajó de un avión y comenzó su largo itinerario de visita a los argentinos. La viajera era -es- de una raza no bien conocida, y esto probablemente influyó en algunas situaciones hoy observables en aquel primer plano aludido: ansiedad pública desproporcionada con una enfermedad que, al menos hasta ahora, infecta a muchos, enferma a bastante menos, se complica en muchos menos, mata a pocos de los infectados, y no deja secuelas; multiplicidad de contundentes afirmaciones seudocientíficas y proliferación de cifras sin sustento confiable, que diluyen eventuales mensajes más responsables de funcionarios o especialistas reconocidos; notable expansión de la confianza en medicamentos que hasta ayer gozaban de crédito limitado en la comunidad médica; sospecha de haberse demorado el reconocimiento de la importancia de la epidemia porque ello podía perturbar el proceso electoral; heterogeneidad de las acciones encaradas por las distintas jurisdicciones del Estado.
En una sociedad libre y plural son inevitables en momentos críticos cosas como los arrebatos de protagonismo, las informaciones distorsionadas por la mala fe o la ignorancia, o la búsqueda de ganancias excepcionales en determinados rubros. Surgen de la condición humana de sus integrantes y de la índole de la democracia en una economía de mercado.
Pero aquella condición y esta índole no llevan necesariamente a la pasividad frente a sus efectos por parte de las corporaciones, que representan sectores organizados de interés, y centralmente por el Estado, que representa el interés común a todos. Y es desde allí donde atisbamos el segundo plano de efectos mencionado al comienzo: las cosas que no veíamos y ahora podemos ver. Entre ellas, y desde el ángulo de las responsabilidades asumidas, es evidente en esta emergencia la ausencia de involucramiento por parte del sector privado y el de las obras sociales, dejando al Estado a cargo exclusivo del asunto.
Ello no surge de ninguna maldad o indiferencia natural de los protagonistas, sino que se corresponde con una larga tradición del sistema de salud argentino, un modelo cuya estructura de intereses deriva los malos negocios económicos o políticos al Estado, subsidiando éste al mismo tiempo y por diversas vías a los demás sectores. Otra de las observaciones que cabe es que en salud se cosechan buena parte de las perversiones del federalismo argentino y muy pocas de sus virtudes. Un ministerio nacional anémico, mutilado hoy hasta en las atribuciones que sin violencia constitucional debería tener -como la orientación y supervisión del fondo de redistribución de las obras sociales, funciones enteramente entregadas a la CGT-, frente a provincias con casi total autonomía en salud.
Esto sirve mal como disimulo por la ausencia de una organización más integrada con autoridad y agilidad para articular respuestas eficaces. Las políticas nacionales de los \’90, en las se interpretó descentralización como desentendimiento del Estado nacional, no corregidas hasta hoy, profundizaron la tendencia a la fragmentación.
Lo dicho es notorio no sólo en las disposiciones de qué hacer, sino también en el qué, cómo y por qué medios decir, garantizando una red comunicacional coherente de mensajes a la sociedad, que neutralice las inevitables fantasías circulantes, sean ellas ingenuas o interesadas. Y además se evidencia en la mayor o menor capacidad de la autoridad sanitaria para regular tipo, precio y distribución de medicamentos u otros elementos necesarios en la coyuntura, descartando los innecesarios, y evitando que una epidemia sea utilizada como pretexto de negocios espurios.
Claro, el plano más profundo, estructural, es mucho más trabajoso de abordar. Nos distraemos de hacerlo culpándonos mutuamente por las cosas que salen mal. Mientras tanto, las epidemias pasan, y lo triste sería que después de la actual, y como tantas veces, nos acordemos de las debilidades atisbadas recién en la próxima epidemia.
