Anuncios vacíos detrás de las tragedias

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La Nación – Puede que, por recurrente, la opinión pública advierta hoy con mayor facilidad el mecanismo marquetinero del Estado, muchas veces escondido bajo el título de "anuncio oficial". Aunque no por ello el mundillo político deje de instrumentarlo como una estrategia efectista. En la Argentina, y específicamente en Buenos Aires, a las tragedias deviene una larga lista de acciones que el gobierno lleva adelante para mitigar los efectos adversos de una sociedad azorada, molesta y descreída. Tras un hecho explosivo aparecerán, de inmediato, los operativos para controlar lo que no se controlaba; para castigar a quienes vivían en el limbo de la impunidad; para generar una sensación de presencia donde no la había o acercar certezas donde nunca se construyeron las garantías… La pregunta, siempre latente, es: ¿Pero por qué no se hizo antes?

Esa creencia de que el Estado actúa más por reacción que por prevención es una verdad de Perogrullo. Y se perpetúa en el tiempo, también, por la existencia de una notoria falta de compromiso social. Ese talón de Aquiles que posibilita que una confluencia de fallas, casos de corrupción y desidia concluyan en situaciones trágicas.

Se dirá que las tres personas que hace más de un mes murieron en el derrumbe de un gimnasio en Villa Urquiza, como también las otras dos aplastadas por el techo del boliche Beara, en Palermo, dejaron en evidencia que los controles que lleva adelante el gobierno porteño poseen serias grietas. No son lo tan rigurosos que se pretende ni lo tan eficientes que se necesitan.

Pero estas tragedias existen, también, porque del otro lado hay un manifiesto incumplimiento ciudadano. Hay empresarios empecinados en violar las leyes y en aceptar el pago de una coima para sortear burocracias o para acrecentar sus dividendos con la menor inversión posible. Si a diario peatones mueren atropellados por colectivos es porque el Estado hoy no los castiga con el rigor de la ley y hace caso omiso de sus continuas violaciones. Pero también porque hay choferes imprudentes y transportistas inescrupulosos que se desentienden de la responsabilidad social que les compete.

Lo que resulta poco creíble, y hasta sospechoso, es que a las tragedias le sigan siempre los estruendosos anuncios, los megaoperativos y la duplicación de los controles, que, a la larga, no se sostienen. Al derrumbe del boliche de Palermo le siguieron los titulares sobre la duplicación de las inspecciones; tras la muerte de dos personas arrolladas por colectivos, el Estado anotició a la sociedad que controlará a los ómnibus con GPS; al derrumbe de una obra, le siguió el anuncio de que habrá "más inspecciones a las constructoras"; a la rama que cayó sobre la humanidad de una chiquita en una plaza y que casi le cuesta la vida, determinó una inmediata poda masiva en los parques públicos. La cuestión es: ¿Cuánto duran estas acciones y controles, realmente? ¿Hasta que la sociedad se olvide del tema?

La realidad muestra que la cantidad de inspectores que tiene la ciudad son muy pocos, pese a que se duplicó en los últimos tres años. Y bien puede ilustrarse con la teoría popular de la manta corta: si uno tira hacia arriba, la parte inferior del cuerpo quedará descubierta. Y viceversa. La cantidad de agentes de la que dispone el gobierno porteño para hacer controles no ofrece demasiadas garantías. Hay 723 inspectores para verificar, por ejemplo, si cumplen la ley más de 2500 obras en construcción, 100.000 edificios, 300.000 locales comerciales y gastronómicos, 2000 locales nocturnos, cientos de puntos de venta de alimentos y más? ¿Alcanza? No lo parece.

Lo valioso, y aún ausente, es que el Estado termine con los focos de corrupción en las inspecciones y castigue con rigor a quienes violan las normas; y que los empresarios, constructores y ciudadanos, asuman su deber civil. Hoy, en muchos casos, fallan. Cuando el gobierno va detrás de las tragedias consumadas se establece un escenario con pocas garantías para el individuo. Y hay lugar para el descrédito, la inseguridad, la desconfianza.¿Es necesario esperar a que un día se desplome un aparato de aire acondicionado desde la pared de un edificio para empezar a verificarlos? Hoy no se controlan, por ejemplo. La prevención y el cumplimiento de la ley, aunque cueste más "caro", siempre serán mejores negocios que lamentar víctimas.

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