Al límite de lo racional
A pesar de que el Gobierno suspendió las negociaciones con el campo, los presidentes de las entidades rurales postergaron, no se sabe si sólo hasta hoy, el lanzamiento de nuevas medidas de fuerza, que durante el acto de Rosario habían previsto para ayer.
LaNación.com.ar – Carlos Pagni. Regresaron así de la intransigencia en que quedaron atrapados durante esa concentración, cuando en un par de frases se les escapó un ultimátum. Aquel emplazamiento fue redundante: ninguna presión sería más efectiva que el éxito alcanzado en la movilización junto al Paraná.
A los ruralistas les interesa reanudar el diálogo en las próximas horas para liquidar el entredicho. Confían en que ese resultado sólo se alcanzaría si en la negociación interviene la Presidenta. Otra ronda de conversaciones inconducentes haría que la impaciencia de los chacareros desborde a las instituciones. Acaso esa escena figure en los planes de Néstor Kirchner.
Los líderes agropecuarios discutieron ayer la posibilidad de enviar una carta a Cristina Kirchner solicitándole una reunión de urgencia. Una impugnación implícita a Alberto Fernández, que como negociador demostró ser un experto en dilaciones. La vía epistolar quedó descartada, al parecer, cuando trascendió a la prensa. Sin embargo, los principales dirigentes del sector buscaron, hasta última hora, un contacto informal con el oficialismo que sirviera para reanudar el diálogo. De no conseguirlo, hoy al mediodía volverían a las acciones de protesta. La relación campo-Gobierno tocó, anoche, el límite de lo racional.
La Presidenta ha dejado jirones de popularidad en el conflicto agropecuario y debió soportar que le dedicaran uno de los actos de protesta más importantes que haya registrado la historia nacional. La idea de una entrevista con ella apostaba, ayer, al impacto emocional que esos fenómenos hayan tenido sobre ella.
Pero el autor del plan de acción del Gobierno sigue siendo el esposo de Cristina Kirchner. Su última decisión, anteanoche, en Olivos, fue rechazar cualquier transacción después del emplazamiento que se formuló en Rosario.
La excusa oficial es verosímil. Todavía no está claro por qué, en medio del contundente éxito de la concentración del Monumento a la Bandera, los ruralistas dejaron que Alfredo De Angeli amenazara con nuevas medidas de fuerza en caso de que, al día siguiente (por ayer), no se llegara a un acuerdo definitivo. El propio De Angeli corrigió anoche esa posición: "Las acciones a las que me referí -dijo- podrían consistir en presionar a los diputados".
Kirchner apuesta a que la opinión pública vea un capricho allí donde los líderes rurales manifiestan una intransigencia. Anoche se especulaba con que el Gobierno anunciaría, de manera unilateral, una corrección a la ecuación de las retenciones para reponer los mercados a término.
La medida sería presentada como la satisfacción definitiva a la principal queja del campo. Los dirigentes agropecuarios temen que se busque un malentendido deliberado que los deje en una posición de presunta irracionalidad. Sucede que, en ese escenario, ellos mantendrían la protesta con el argumento de que su demanda mayor, que es la reducción de las alícuotas dispuestas en marzo, quedaría sin respuesta. Anoche despertaron de esa pesadilla: nadie anunció nada.
Ambos contrincantes interpretan la conducta del otro en clave conspirativa. Los Kirchner siguen convencidos de que la rebelión rural no se debió sólo a la irritación de una presión tributaria excesiva. Creen encontrar indicios, aquí y allá, de que detrás de la protesta se trama un proyecto de poder, un desafío político.
Los productores, por su lado, suponen un programa secreto. El que denunció De Angeli en la tribuna rosarina cuando dijo: "Quieren llevarnos a una situación desesperada para hacernos responsables de la anarquía y, entonces, cargarnos con la culpa de la inflación y el enfriamiento de la economía que ellos están provocando".
Los delirios persecutorios cobijan, a veces, un núcleo racional. Es verdad que los líderes agropecuarios no controlan a sus bases y que, acaso, deban ponerse al frente de una nueva protesta para disimular que, si se lo propusieran, serían incapaces de evitarla.
También es cierto que la sublevación agropecuaria se le ha transformado a Kirchner en un prematuro drama político. Los gobernadores peronistas, que, desde las elecciones del 28 de octubre pasado, se convirtieron en los accionistas mayores del oficialismo, se sustentan en el electorado rural de sus provincias. Las capitales han sido siempre esquivas al PJ.
Así como la estrategia de los Kirchner es enfrentar a los ruralistas con sus representados, la del campo es provocar un quiebre en la relación del Gobierno con la dirigencia peronista.
Todos los discursos de Rosario tuvieron un párrafo destinado a corroer ese vínculo. Durante las últimas semanas los dirigentes agropecuarios golpearon, con reducido éxito, las puertas de intendencias y gobernaciones. También peregrinaron al Congreso para intentar quebrar allí el delgado hilo que une a la Casa Rosada con el oficialismo de las provincias. Consiguieron poco: cuando se quisieron derogar las retenciones, la semana pasada, ni los diputados de Hermes Binner ni los de Juan Schiaretti contribuyeron a la formación del quórum.
Kirchner es, de todos modos, consciente de su riesgo. Por eso hoy se reunirá con la conducción del PJ para alinearla detrás de sí en una guerra que está dispuesto a eternizar. Las retenciones demostrarán, de nuevo, ser un dispositivo de sometimiento político: son el factor más importante de la obediencia que la Casa Rosada seguirá obteniendo de jefes provinciales que murmuran su malestar por el enfrentamiento con el campo.
Tal vez el ex presidente cometa un error si confía demasiado en esa subordinación política. La movilización rosarina fue tan importante que podría indicar una demanda más estructural que la que se manifiesta en el conflicto de un sector. Quizá deba ser vista como el comienzo de un proceso de recuperación del federalismo, como un despertar del interior, que se mantendrá vivo aun cuando se resuelva el entredicho que le sirvió de ocasión para expresarse.
