Sin elecciones pero movidito

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El control del espacio mediático, una meta permanente del kirchnerismo, y los intentos de disciplinar a una Justicia que muestra signos de independencia, no alcanzará para eludir lo inevitable: en 2010 habrá que lidiar duro con peronistas disidentes y radicales parlamentarios.

Críticadigital.com.ar – ¿Se acuerda, estimado lector, cuando la Presidenta explicó que la decisión de adelantar las elecciones parlamentarias de octubre de 2009 a junio era para despejar rápido el runrún proselitista y así dedicar el resto del año a timonear el país en medio de la tormenta financiera mundial? Finalmente, la crisis planetaria no golpeó tanto a los países latinoamericanos, e incluso en el resto del mundo sus efectos distorsivos empiezan a sosegarse. Todo vuelve, para bien y para mal, a la normalidad. Menos la Argentina. Desde que el kirchnerismo perdió aquella elección, el sistema republicano entró en un estado de emoción violenta: bombardeo oficial contra los medios indóciles, reforma política a medida del Ejecutivo de turno, amenazas de puentear al nuevo Congreso si la oposición hace uso de su flamante rol dominante… Y ahora la pulseada K con la Justicia. Se trata de un escenario largamente acariciado como amenaza y profecía autocumplida por los adversarios del Gobierno. De hecho, hace un año, un experimentado operador judicial del peronismo disidente contaba que Eduardo Duhalde ya se reunía con miembros de la Corte Suprema para saber hasta dónde estaban dispuestos a empujar la vigilancia tribunalicia sobre los casos oscuros de la administración kirchnerista. Supuestamente, la respuesta fue alentadora para Duhalde, quien manifestaba que los Kirchner eran capaces de huir del poder con tal de no pasear por los juzgados. Pero lo que se veía difícil entonces, y ahora, es la posibilidad de un pacto de impunidad entre el kirchnerismo saliente y la oposición entrante: hay mucho rencor y desconfianza mutua acumulados, que resultaría indigerible incluso para estómagos curtidos como los del peronismo oficial y el disidente.

No hace falta tener fantasías destituyentes para imaginar lo desgastante que puede resultarle al oficialismo transitar el 2010 si dos poderes –el Legislativo y el Judicial- se abroquelan para ponerse al día en la fiscalización del Ejecutivo. Es cierto que este gobierno tiene experiencia y pulso firme para pasar por encima y meterle presión a otro poder de la República, pero a dos coordinados puede volverse muy cuesta arriba, especialmente en el último año limpio antes de la prueba electoral para la sucesión presidencial. Año limpio: ésa es la clave, porque Kirchner tendrá que poner en juego toda su destreza como embarrador de canchas, aunque sus jugadas le cuesten –a él y a su esposa– perder más puntos en los sondeos de imagen sobre el matrimonio presidencial. ¿Cuánto será necesario embarrar la cancha para que no se note el dato evidente de que el 2010 es el año del ocaso de la era K? Los millones estatales invertidos para intervenir en la opinión pública son una muestra del esfuerzo que el oficialismo deberá realizar para tapar el sol con la mano. Y esta perspectiva no es destituyente sino estadística: la historia argentina indica que ningún régimen de gobierno (militar o civil, democrático o más o menos) supera la frontera temporal que quisieran pasar los jefes pingüinos.

Cuando el juego de la política entra en escenarios de crisis, las sociedades responden con sus tradiciones culturales, y de ellas depende el tipo de salidas que inventa a los procesos turbulentos. Y la tradición cultural de la política argentina indica que el factor de cohesión que puede alinear a los poderes Legislativo y Judicial en la puja con el kirchnerismo en retirada no asumida es un viejo vicio nacional: el partido radical. La UCR se mueve con comodidad y hasta cierto gozo en el ámbito parlamentario, como bien se pudo comprobar en la sesión preparatoria para elegir autoridades del nuevo Congreso. Después de todo, aunque la masa crítica anti K para frenar las retenciones en el Senado no sólo la puso la UCR, fue un radical bastante típico –el vicepresidente Julio Cobos– quien le dio el tiro de gracia a la hegemonía kirchnerista, con un simple voto en el recinto. Tampoco hace falta hurgar mucho en la genealogía de la “familia judicial” para entender cuánto de radicalismo circula por sus venas. Por la crisis partidaria de la UCR, que llegó a parecer terminal, la diáspora de correligionarios dejó al radicalismo sin adeptos visibles, pero por esas paradojas de la política la revolución cultural que intenta el kirchnerismo está despertando –por reacción, por espanto– las viejas identidades radicales, como si se tratara de células dormidas de un grupo insurgente. De ahí a la épica partidaria hay un paso, como bien lo demostró el efecto colectivo de la muerte de Raúl Alfonsín. Candidato presidencial cantado ya tienen –Cobos–, más allá de las lógicas peleas internas que deberá atravesar durante el 2010, año que le pesará como una cuenta regresiva ante la opinión pública nacional, que todavía se pregunta cuánto peso específico tendrá el cobismo cuando su jefe vuelva al llano luego de renunciar a la vicepresidencia.

A la oposición le quedan varios desafíos, antes de dejar atrás el fantasma de la reelección indefinida, cíclica, del pingüino y la pingüina. El panradicalismo tendrá que ver cuántos soldados pierde en el camino de alinearse tras la candidatura cobista. También tendrá que pensar –y convencer al electorado– cómo gobernará sin la base social peronista, con el piqueterismo desatado en las calles y el poder de la CGT moyanista en su cenit. Y la famosa “pata peronista” deberá disputarla –o negociarla– con el cada vez más lanzado Duhalde, con el atribulado Mauricio Macri y el enigmático Francisco de Narváez, además de un par de caudillos provinciales. Es cierto que Cobos está capitalizando sus “photo opportunity” con el campo, los industriales y, esta semana, hasta con el enviado de Obama, que pide seguridad jurídica. Pero el establishment tradicional argentino sólo apoya en serio a los que no necesitan apoyo. Y se decide a empujar de verdad sólo a los que ya se están cayendo. El diálogo y el consenso están muy bien, y el control relativo del espacio mediático también ayuda, pero el 2010 habrá que hacer política de verdad, mal que le pese a la mayoría de los políticos.

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