Sin concesiones a la verdad
La figura del jefe de Gabinete fue concebida en la reforma de 1994 como un nexo entre el Poder Ejecutivo y el Congreso Nacional, con el propósito de atenuar el presidencialismo. Por Ricardo Gil Lavedra, presidente del bloque de diputados nacionales de la U.C.R.
Tiempo Argentino – Por eso inclusive se previó la atribución del Congreso –más propia de los sistemas parlamentarios– de removerlo mediante un voto de censura.
Dentro de esa caracterización, se entiende la importancia de la visita que la Constitución Nacional obliga a realizar al jefe de Gabinete todos los meses a las dos Cámaras del Congreso. Esa frecuencia no ha sido respetada nunca, por lo que la primera concurrencia de Juan Manuel Abal Medina a la Cámara de Diputados debe ser motivo de satisfacción.
Sin embargo, la expectativa de poder entablar un diálogo amplio y genuino sobre los principales problemas que padece el país, se vio frustrada.
El contenido de la exposición del jefe de Gabinete fue no sólo muy pobre, sino que eludió deliberadamente los principales problemas que hoy afligen al país.
¿La inflación? Bien, gracias. Como no se reconoce en su verdadera magnitud, será imposible encarar su solución. Lo único que alegó –con tono de vehemente fastidio– fue que el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) no está intervenido. Desde el punto de vista formal, así es, pero ha habido una intervención de hecho destinada a que ese otrora prestigioso organismo ya no refleje la realidad, sino que la diseñe.
Tampoco habló el jefe de Gabinete –o lo hizo en términos superficiales y evasivos– de la inseguridad, de la corrupción, de la falta de cumplimiento de sentencias de la Corte Suprema de Justicia sobre actualización de haberes previsionales, de la pretensión de transferirle el ajustazo a las provincias, de las graves restricciones a las importaciones de insumos, de la enorme presión tributaria, que pesa también sobre los salarios de los trabajadores, o de esta insólita “emergencia cambiaria” sin ley que la sustente, cuando al mismo tiempo el gobierno hace alarde de contar con un extraordinario nivel de reservas en el Banco Central de la República Argentina.
Ya sabemos que el Impuesto a las Ganancias existe en todo el mundo y es un tributo progresivo. Pero el olvido de la inflación hace que este impuesto, como no se ajustan el mínimo no imponible ni las escalas, alcance ya a salarios medios y medios bajos. A este ritmo, pronto lo pagarán quienes cobren el salario mínimo.
La situación paradisíaca trazada por el jefe de Gabinete se contradice de un modo contundente con la percepción de los ciudadanos, que están cada día más preocupados por la falta de un rumbo cierto, por las marchas y contramarchas, por las contradicciones entre los propios funcionarios y por el serio conflicto en el seno del partido gobernante, que ya resulta indisimulable.
No es cierto que el mundo se cayó sobre la Argentina. Fue el mundo el que empujó en estos años a nuestro país, permitiendo que creciera pese a las políticas contrarias a la inversión genuina que llevó adelante el gobierno nacional.
La desaceleración de la economía argentina no se explica por factores externos –basta cotejar el desempeño de otros países de la región– sino por la mala praxis de un gobierno desorientado.
El jefe de Gabinete se atrincheró detrás del relato oficial y no le hizo ninguna concesión a la realidad, esa que debería ser, según uno de los apotegmas de su partido, la única verdad. Pero cuando los problemas ya son evidentes para cualquier persona –en su consumo, en su trabajo, en su seguridad–, las fantasías tienen patas muy cortas. El mundo sigue brindándonos oportunidades inéditas para el desarrollo. Sólo necesitamos dejar de lado los relatos quiméricos y la política del avestruz.
