Simulacros

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Por Pepe Eliaschev

Perfil.com – En la noche del lunes 23 ya se percibían las vísperas de fiesta. En boliches y sitios gastronómicos no se conseguía ni una mesa. Al día siguiente, la mañana sería más silenciosa y cansina que en los paradigmáticos domingos de ravioles y familia unida, feriado total en todo el país, un clásico nacional. En la Argentina, ante un pretexto noble se bajan las persianas. Trabajar cansa, murmuraba Cesare Pavese en la Italia grisácea de la posguerra.

Aficionada a decretar descanso tanto para derrotas como para victorias, para muertes y nacimientos, la sociedad argentina acepta el asueto anual del 24 de marzo, inventado por el actual gobierno supuestamente para recordar y reflexionar sobre la fecha cuando las Fuerzas Armadas, con la aceptación implícita de millones de argentinos, ocuparon formalmente el poder e iniciaron su abominable y lúgubre septenio de terror. Esta chispa creativa argentina no admite, sin embargo, comparaciones con la experiencia mundial.

¿Se detiene Chile cada 11 de septiembre para “celebrar” la toma del poder por Augusto Pinochet y los militares? No, de hecho es feriado el 19 de septiembre, día de las Glorias del Ejército. No se paraliza Alemania para conmemorar la llegada de Adolf Hitler al poder, el 30 de enero de 1933, pero sí es asueto el 3 de octubre, Día de la Unidad Nacional. Francia no deja de trabajar para “conmemorar” cada 14 de junio, trágico día de 1940 en el que París fue ocupada por las tropas alemanas, pero hay asueto el 14 de julio (la toma de la Bastilla), el 11 de noviembre (día del armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial) y el 8 de mayo, Día de la Victoria, fecha de la capitulación de la Alemania nazi, en 1945. En España, a la democracia no se le ocurrió dar asueto cada 18 de julio, el día del golpe de Estado de 1936 contra la República, ni tampoco el 28 de septiembre, la fecha, ese mismo año, cuando Francisco Franco juró como jefe de Estado, pero sí hay descanso el 6 de diciembre, día de 1978 en el que la Constitución de la democracia fue plebiscitada.

Los brasileños no celebran el golpe de Estado del 31 de marzo de 1964. Sus festividades, en cambio, incluyen el 21 de abril (fecha de 1792 en la que fue fusilado el patriota nacional Joaquín José da Silva Xavier, Tiradentes), la independencia nacional (7 de septiembre) y el 15 de noviembre (proclamación de la República).

Los argentinos somos diferentes. No sólo celebramos el 24 de marzo vaciando fábricas, talleres, oficinas, escuelas y universidades. También dejamos de trabajar en homenaje al 2 de abril, la calamitosa jornada de 1982 cuando las Fuerzas Armadas desembarcaron tropas en las Malvinas e iniciaron una guerra absurda que terminó con la previsible capitulación del 14 de junio.

Es que la Argentina es la patria de los simulacros. Recordar, reflexionar, tener memoria, proclamar, defender, imputar, reivindicar, todas las retóricas son propicias para que esta sociedad se restriegue las manos y prepare el asado, el partido de fútbol o el picnic. El mismo gobierno que ordenó feriado los 24 de marzo, preserva el del 12 de octubre, efeméride símbolo de la llamada conquista española, fecha de la llegada de Colón a Dominicana, cuando, según el revisionismo nacional-popular, comenzó el genocidio de los pueblos originarios.

Además de este reciente 24 de marzo y del 2 de abril, a Belgrano y San Martín se los recuerda en la fecha de sus muertes, pero con el astuto recurso de trasladarlos para que se armen largos fines de semana propicios al turismo (el 20 de junio belgraniano, que cae domingo, se celebra el lunes 21, mientras que el 17 de agosto sanmartiniano, como acaece en martes, se pasa al lunes 16, para facilitar un relajado weekend). Incluso el “colonial” 12 de octubre se pasa al lunes 11 para que depare un sabroso fin de semana.

Progresismo historiográfico al margen, seremos necrófilos pero no tontos. Nos importa pasarla bien. Eso “está buenísimo”, como reza la pegajosa muletilla de moda.

¿Habría que dejar de recordar los significados y proyecciones de aquella fecha fatídica? Claro que no. Prevalece, en cambio, la pasión argentina por el maquillaje pesado, preferencia por los oropeles y horror por las sustancias.

¿Hay otras alternativas? Una jornada como la del 24/3 podría recordarse de manera solemne en escuelas y universidades al comenzar el día, con una clase alusiva. El Gobierno podría convocar a un minuto nacional de silencio, en contrición y recuerdo, por los millares de víctimas, o a una marcha de antorchas, silenciosa y sin carteles, al anochecer. Podría concelebrarse una oración ecuménica entre cristianos, judíos y musulmanes en reclamo de justicia y paz. La Presidenta podría dar un mensaje desde el Congreso a través de la cadena nacional de radio y TV, de no más de cinco minutos, para evocar cuánto hemos cambiado y cuánto nos falta hacerlo. Y nada más. Luego, a trabajar, estudiar, producir, crear, pero desde la fuerte conciencia de que nada hay que celebrar en un aniversario siniestro.

¿Queremos festejar de manera más sensual y distendida los derechos humanos? Hagámoslo el 10 de diciembre, día universal de esos derechos. Pero no se piensa así en la Argentina. ¿Cuántas personas fueron a Plaza de Mayo este 24? ¿Cuarenta mil, como dijo Clarín, o “decenas de miles” como relató, con elogiable prudencia, Página/12? En todo caso, en un país de 40 millones y en una ciudad en la que cada día viven y trabajan entre tres y cinco millones, estos feriados distorsivos y engañadores le vienen de maravillas a una muchedumbre que se toma el asueto con la misma autoindulgencia y pragmatismo con que encara otras infinitas oportunidades que prodiga la Argentina para parecer sin ser, triste letanía que anuda zafarranchos mentirosos.

Lo peor es que lo esencial queda escamoteado en aras de la pretensión simbólica. Estamos todos contra el golpe, pero 40 mil van a la plaza y 39.900.000 se la pasan bomba. Porque, al fin de cuentas, ¿acaso había feriado en Santa Cruz los 24 de marzo de 1991 a 2003, esa prehistoria?

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