Si queremos recuperar la política

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Por Aldo Neri

Me agradó coincidir con la Presidenta en una idea, sobre todo porque puedo coincidir tan poco en lo que hace. Pero señaló la necesidad de "volver a instalar la política como eje". Y ese es el desafío, en un momento en que uno teme por su disolución. 
La política es una actividad social compleja: por una parte es, siempre, estrategia para alcanzar el poder, aunque en muchos casos sea sólo el poder de la opinión, no del gobierno; por el otro encierra el para qué se aspira a ese poder, el proyecto que lo inspira, deleznable o excelso. Una determinada filosofía social subyace a ambos componentes, de modo explícito o implícito. Por todo ello, la política se define tanto por los fines a que dice aspirar cuanto por la congruencia de los medios que utiliza.
El diagnóstico de los males de la política argentina está agotado. Todo agregado a lo dicho, escrito, propalado, desde el periodismo de coyuntura al tratado académico, resulta reiteración: anomia, frivolidad, cortoplacismo, oportunismo, contradicción, deslealtad, inorganicidad, vedetismo, personalismo, inescrupulosidad son sólo algunas de las palabras clave para ingresar al mundo de las interpretaciones, ora brillantes o caprichosas. Como escribió Cortázar: "Cuántas palabras, cuántas nomenclaturas, para un mismo desconcierto". 

Y en el resumen final, del chofer del taxi al profesor, coincide el juicio: perversión cultural. Sólo que algunos observadores la limitan a la "clase política", y otros la radican en su matriz, la sociedad toda. ¡Menudo diagnóstico!, ¿y ahora qué hacemos? Pero ocurre que, como pensaba un personaje de Pérez Galdós, "la esperanza parece que se agarra más cuando más chica es". 
Y permítanme una hipótesis confesadamente ingenua, porque las demasiado realistas nos encaminan al escepticismo. Pero recordamos que toda construcción de futuro nace de inspiración ingenua. Y para decirlo llano, no se ve otra vía para reformular y legitimar la política que usar de argamasa a las ideas. Me dirán ustedes que siempre fue así, pero noten que hoy, demasiado frecuentemente, ellas son apenas un recurso astuto más, carente de convicción, en la pura lucha de poder. 

Norberto Bobbio, pensador de la izquierda italiana, sostenía que la derecha y la izquierda siguen existiendo, aunque sean más difíciles de definir y diferenciar en este mundo complejo. Hay en las democracias ideas de izquierda, otras de derecha, y otras compartidas. Bobbio encontraba que el signo diferenciador más cierto es la posición frente a la igualdad. Pero como eso es hoy menos claro, hay no poca falsedad en los enunciados de los envases ideológicos. 
Algunos gobiernos de América latina son una buena muestra. El de Nicaragua traiciona cínicamente los ideales ingenuos del primer sandinismo; el de Venezuela es la expresión más penosa del populismo continental, versión degradada del socialismo europeo; los de Brasil, Chile y Uruguay desarrollan dignamente estrategias de protección social, pero la continuidad de no pocas políticas económicas que "el progresismo" criticó en los 90 les dificulta mucho disminuir la desigualdad. Quizás sea Bolivia el ejemplo más fiel de camino de izquierda hacia una mayor igualdad. 
Y en Argentina domina un doble discurso, típico del conservadorismo populista que inspira al Gobierno, teñido además de autoritarismo. La sociedad argentina tiene un acentuado funcionamiento regresivo. Esto, en lo económico-social, y dicho sencillamente, significa que en las malas los pobres aumentan y se perjudican mucho más que los mejor acomodados, y que en las buenas reciben cuotas proporcionalmente menores de la bonanza. En lo político implica grados de conciencia y participación muy limitadas para los débiles, avasallados por intereses corporativos, ya sean populares o de minorías, que gravitan mucho en la arena de las decisiones.
Así, la desigualdad aumenta, y esto no es aquí coyuntural, es estructural. Aplicando el requisito de Bobbio, no hay gobierno de izquierda en Argentina para corregirlo, más allá del cacareo "progre". Cosa que pudo ser disimulada por seis años de inusitada recuperación macroeconómica. 
El posicionamiento frente a este problema resulta un requisito central en la reconstrucción de la política y de su instrumento indispensable que son los partidos. Sin ello, estos últimos serán cáscaras huecas para aventuras electorales personalistas, frágiles y a la corta fracasadas. Porque, además, el posicionamiento involucra conductas que superen la ambigüedad y la hipocresía, otros males inherentes a esta etapa de disolución de la política que socavan la confianza pública

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