Ofensas que falsifican la historia

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Por Horacio Junarena, ex Ministro de Defensa de la Nación.

Clarín – Resulta patético e indignante para quienes compartimos el gobierno de Raúl Alfonsín la utilización que la Presidenta y con anterioridad su esposo hacen de su figura y de su recuerdo, en procura de obtener réditos políticos inmediatos o explicaciones a conductas injustificables.

Según las circunstancias, recurren a asociarse con su recuerdo para demostrar que supuestamente tienen sus mismos enemigos o para menoscabarlo para destacar cuánto mejores y progresistas son.

Frente al edificio de la ESMA, el fallecido presidente Kirchner pidió perdón por la inacción de los gobiernos anteriores al de él, ante los crímenes de la dictadura.

Olvidó al gobierno que, por primera vez en el mundo, y con el solo apoyo del pueblo, había dispuesto el enjuiciamiento de los principales responsables de la violencia y el terror que habían asolado a la Argentina en la década anterior a la de 1980.

Es cierto, luego lo llamó a Alfonsín para disculparse.

¿Sirven las excusas privadas frente a las ofensas públicas que falsifican la historia?

Como una manera de justificar la suma de arbitrariedades que el Gobierno comete contra los pocos medios independiente que quedan, recuerda las tensiones que tuvo Alfonsín con Clarín y la Sociedad Rural, pero oculta que el ex Presidente como convencido demócrata que era, jamás se hubiera permitido incurrir en los atropellos institucionales que este Gobierno comete a diario contra sus supuestos o reales adversarios, a quienes toma como enemigos para destruirlos.

Cuando trata de disimular la manifiesta impopularidad que rodeó el acuerdo con Irán, cuyas razones últimas aún permanecen ignoradas, se recurre a desfigurar las relaciones y acuerdos que el Gobierno radical tuvo con ese país, dando a entender falsamente que nuestro gobierno alentó el desarrollo nuclear para fines bélicos de Irán, omitiendo que todos los acuerdos, dada su transparencia, fueron aprobados sin reserva por la OIEA (Organización Internacional de Energía Atómica) y la comunidad internacional, y además, que el gobierno de Irán de aquellos tiempos, poco y nada tiene que ver con este Irán.

Cuando se trata de recurrir al recuerdo de Alfonsín para justificar algunos actos, se ignora que su gobierno, aun con sus errores, nunca cometió los daños que hoy se infringen a las instituciones en nombre de supuestas reivindicaciones materiales o especulaciones políticas de corto plazo.

No se le habría ocurrido que estas supuestas reivindicaciones fueran excluyentes de los derechos y de las limitaciones del poder que resguarda nuestra Constitución.

Él creía en la democracia como un sistema de garantías y derechos sociales que permitirían una vida mejor para todos, tanto material como cívicamente.

La democracia, hoy empobrecida y vapuleada, era concebida por Alfonsín como una forma de vida para el Estado, para el Gobierno y para la sociedad.

Tal era el sentido (muchas veces maliciosamente interpretado) de la frase “Con la democracia se come, se cura y se educa”, que repetía, como un rezo laico, aquel Presidente cuya memoria no debe manosearse, ni cuyos actos deben tergiversarse. 

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