Los mitos de 2001
Por Pablo Mendelevich
Lanación.com.ar – cierto desacuerdo sobre lo que fue aquella inmensa crisis de 2001, al punto que ni siquiera se le ha dado un nombre. Hace apenas ocho años de la temeraria combinación de hartazgo popular ("que se vayan todos"), saqueos, represión policial de origen dudoso, muertos en Plaza de Mayo y en la Nueve de Julio, muertos en el interior, angustia colectiva inconmensurable y acefalía a repetición. Mucho más que una salida presidencial precipitada…
Y como suele suceder, el lugar vacío de las explicaciones inequívocas y de las acusaciones probadas, favoreció la divulgación de unos cuantos mitos.
No sólo se volvió común escuchar que De la Rúa era un vacilante. O que perdió el llamado Sillón de Rivadavia víctima de defectos personales, tales como ese supuesto atolondramiento caricaturizado ad infinitum por la televisión de Tinelli a la que él mismo había pretendido conquistar sin éxito. También se fijó la idea de que el peronismo, o una parte de él, se lo cargó de lleno. Cuestión que irriga otro mito, el de que en este país a los presidentes no peronistas se les reserva un final abrupto y huracanado, quizás la huella del 2001 más vigente cuando se piensa en lo que puede venir después de la era Kirchner. Sin contar el ruido a cacerola golpeada, para muchos políticos sinónimo de protesta inorgánica capaz de tumbar gobiernos.
De esos mitos habló tres meses atrás el dirigente radical Rodolfo Terragno en un reportaje publicado en este suplemento. Según Terragno, el que no relaciona la caída de De la Rúa con el "uno a uno" no entiende nada. Su hipótesis es que el gobierno de la Alianza estaba destinado a terminar como terminó porque en su origen había negado la necesidad de salir de la convertibilidad en consonancia con las preferencias del electorado y, también, con las del establishment económico. Una frase condensa toda la teoría: "Es más fácil creer que Duhalde conspiró contra De la Rúa, algo falso, que entender que De la Rúa se cavó su propia fosa por seguir con esa política cambiaria".
Primero que nadie, de derrocamiento habla quien denunció un complot ante la justicia. "Fue un golpe civil", asegura Fernando de la Rúa. "Duhalde no se privaba de decir que hay que cambiar al presidente, cosa que hizo conmigo y repitió con Adolfo Rodríguez Saá, víctima del segundo golpe civil". Entrevistado también para esta nota, Duhalde replicará, con simpleza, que todo el mundo, los diarios, las revistas, hablaban del final inminente de De la Rúa.
Pero así como De la Rúa no aportará en la conversación pruebas de que, más allá de apetitos políticos, hubiera habido una planificación y una acción golpista concretas por parte de "los perdedores de 1999" -pruebas que hasta ahora tampoco pudo reunir la Justicia-, Duhalde no logrará disipar plenamente la sospecha de que él no fue un observador pasivo de los acontecimientos sólo con el argumento -cierto- de que la probable caída del gobierno era un tema público, incluso tratado en la prensa.
¿Punteros políticos que convocaron a la multitud? ¿Agitadores a sueldo para encender la mecha de los saqueos? ¿Intendentes organizados para marchar hacia Plaza de Mayo y pedir la renuncia del presidente? Nadie pudo probarlo, es cierto, aunque es sugestivo, como apunta Graciela Fernández Meijide (ver aparte), que los saqueos se hayan terminado exactamente el día después de la caída.
Defectos constitutivos
Está más o menos aceptado que el sueño aliancista empezó a terminarse a partir de la renuncia de Carlos "Chacho" Alvarez, en octubre de 2000, tras el escándalo por las coimas en el Senado. Sin embargo, los arqueólogos de la historia detectaron rajaduras más antiguas, constitutivas. Dice la politóloga María Matilde Ollier que "el triunfo de la Alianza ocultó, incluso a los ojos de sus principales líderes, tres situaciones: su fragilidad política, la fragmentación del PJ y la debilidad institucional de la coalición".
Jesús Rodríguez, ex ministro de Economía de Alfonsín y diputado aliancista con De la Rúa, repasa la herencia de la convertibilidad junto con las condiciones internacionales de fines de los 90 y no ahorra contundencia: "De la Rúa terminó así porque estaba listo antes de empezar. Ni es incompetente ni hubo golpe". También un destacado miembro del gabinete de De la Rúa hasta el último minuto (que pidió no ser mencionado) desecha de plano lo de la supuesta ineptitud del presidente, pero asegura que en la intimidad del poder el clima era de impotencia y que De la Rúa estaba paralizado. "La base del problema estuvo en la promesa de campaña de mantener el uno a uno".
"Y usted ¿cuándo se dio cuenta de que el gobierno se derrumbaba?" Uno piensa que este protagonista de la crisis va a responder "una semana antes" o cosa semejante. Dice, en cambio, que lo supo en marzo de 2001. Significaría que había un destino impuesto por el contexto que era más vigoroso que cualquier esfuerzo por salir del atolladero.
Avanzada la crisis económica, en marzo de 2001 De la Rúa echó mano del mismísimo padre de la convertibilidad, como si se hubiera inspirado en la frase de Petrarca que dice que el arquitecto suele ser quien mejor sabe demoler sus propias obras. En las agitadas aguas radicales unos se agarraron la cabeza, otros celebraron la llegada del Mesías (recuérdese que también los frepasistas Aníbal Ibarra, Darío Alessandro y Nilda Garré estuvieron en la jura de Cavallo, a la que significativamente no fueron ni Alfonsín ni casi ningún peronista). Pero Cavallo, opinan hoy algunos de sus críticos radicales, erró el diagnóstico. Creyó que la situación internacional iba a premiar su canasta de monedas, que iba a fraguar una extinción de hecho del uno a uno. Frente a una sociedad enojada que venía de incluir en el sobre para votar hasta una feta de salame -quintaesencia del voto bronca-, impuso el corralito, la primera restricción al acceso a los ahorros. Inauguró así la antesala del fin.
-¿Usted se arrepintió de haber llevado a Cavallo a su gobierno? -le pregunta LA NACION a De la Rúa.
-Vea, la prensa y la opinión pública lo pedían; no había otro para hacerse cargo de las maquinaciones del FMI que nos acechaban.
Se sabe que la presión con la que el FMI sometió al gobierno de la Alianza, contrastante con la permisividad de los años 90, fue determinante en la configuración de la crisis. Pero además estaba el conflicto entre el presidente y su partido.
"Yo creía que tenía apoyo político -dice Cavallo, mientras comparte un café con el cronista en la esquina de Figueroa Alcorta y Tagle-, pero después llegué a la conclusión de que el partido radical quería que fuera al gobierno para destruirme; ellos sabían que lo que había que hacer era duro, pero pensaban echarme la culpa a mí."
Cavallo reitera hoy los argumentos que dejó escritos en 2002 sobre "el golpe institucional", no muy distantes de los del malogrado presidente radical que lo convocó. "La actitud de los dirigentes fue lamentable; me da risa que los que trabajaron contra la institucionalidad ahora hablen de un Pacto de la Moncloa." Despotrica contra Duhalde y Terragno, pero culpará más fuerte a Raúl Alfonsín y Leopoldo Moreau.
¿Acaso tenía una salida no traumática la convertibilidad? El economista reconocerá errores políticos, pero en materia económica se mantendrá en sus trece. "Yo les expliqué diez veces a Duhalde y a Alfonsín que la pesificación con devaluación iba a provocar una caída de salarios del 30%."
Detrás de esa frustración pedagógica se entrevén las dificultades acuerdistas de la época, la desconfianza generalizada, el creciente aislamiento político del gobierno y, desde luego, algo proverbial de la personalidad de este ministro que sirvió a dos presidentes consecutivos, Menem y De la Rúa, a los que el electorado creía antagónicos.
Aníbal Pérez Liñán, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Pittsburgh, que se dedicó a estudiar la inestabilidad de los gobiernos latinoamericanos le da cierto crédito a Terragno. "El gobierno de De la Rúa -explica-estaba en una trampa: cualquier intento por reducir el gasto público o aumentar los impuestos hubiese agudizado la recesión, mientras que cualquier intento por estimular la economía hubiese agudizado el desequilibrio fiscal y limitado aún más el acceso al crédito (necesario hasta que la economía se recuperara). La solución aparente pasaba por la devaluación, pero esto no podía lograrse sin una crisis financiera como la que finalmente se vivió en 2002-2003."
También recuerda Pérez Liñán una encuesta que viene bien recordar: en diciembre de 2001, el 79 por ciento de los entrevistados se oponía al fin de la convertibilidad, de modo que todas las opciones, incluida la opción de no hacer nada, conducían al gobierno de De la Rúa hacia una crisis. A la vez, el presidente se aisló cada vez más de su coalición de gobierno. "Y el peronismo -concluye- jugó un rol ambiguo."
Los que sostienen que Duhalde conspiró y le acreditan el patrocinio de los saqueos, conceden que una parte de ellos fue espontánea y otra organizada. Pero sobre la organización nadie consiguió hasta hoy aportar pruebas de delitos, ni aun en el caso del entonces intendente de Moreno, Mariano West, el actor político más denunciado. Esa es la razón por la que la causa del complot, a cargo del juez federal Octavio Araoz de Lamadrid, acumula 25 cuerpos y ningún procesado.
Desde luego, nada contradice la teoría del aprovechamiento del clima de caos, un contexto en el que, como lo ha señalado el investigador Javier Auyero, habrían intervenido desde punteros justicialistas hasta policías pasivos.
Obviamente, Duhalde ni se inmuta ya cuando se le hace la pregunta mayúscula del 2001, la que inquiere suobre su papel. "¡Por favor! Creen que una movilización popular puede desestabilizar a un gobierno, igual que ahora, y no es así. Los saqueos en diciembre de 2001 fueron muy pocos, pero estuvieron ampliamente difundidos. La gente los miraba por televisión, no estaban sincronizados ni nada." Duhalde insiste en que nadie quería hacerse cargo del gobierno en ese momento, tampoco él, por lo que mal podía tener una intención conspirativa. El problema más grande, según su escala, lo sufría De la Rúa con su propio partido. "Le pedíamos que tomara las medidas que después tuve que tomar yo", dice, en obvia referencia a la devaluación. Y coincide -candidato presidencial perdedor al fin- en que la sociedad no quería escuchar hablar, en 1999, de salir de la convertibilidad, lo mismo que señala Terragno.
En cuanto al prematuro final de Adolfo Rodríguez Saá, su sucesor lo atribuye a un ataque de pánico que el entonces gobernador habría tenido en Chapadmalal. Pero para el puntano ésa es otra leyenda malintencionada. "Si Duhalde insiste, entonces me convence de la teoría del golpe. A Duhalde no lo sostuvo el peronismo, lo sostuvieron los grupos económicos que se beneficiaron con la devaluación", opina el primer presidente designado por la asamblea legislativa tras la caída de De la Rúa.
Rodríguez Saá reconoce que en el peronismo se propagó la desconfianza respecto de su intención de seguir en el poder en vez de llamar a elecciones en el plazo de 60 días estipulado por el Congreso, cosa que él atribuye a que sus primeras medidas le generaron altísimos niveles de popularidad en las encuestas, por un lado, y a su decisión de renunciar a la gobernación de San Luis por otro, lo que según él fue malinterpretado. Ello habría llevado a que en la famosa reunión de gobernadores de Chapadmalal lo hubieran dejado casi solo.
Quizás porque lo habían votado uno de cada dos argentinos o por la treintena de muertos que acompañó su caída, suele recordarse más a menudo el carácter inconcluso de la presidencia de De la Rúa que los finales anticipados de los peronistas Rodríguez Saá y Duhalde. A Rodríguez Saá lo empujó hasta el borde del precipicio el peronismo que un fin de semana antes lo había encumbrado. Y Duhalde inventó -mediante un dibujo legal- el mandato autoacortado (con una renuncia predatada) después de que la policía fusiló a dos dirigentes sociales en una manifestación, un suceso, según se interpretó entonces, que lo dejaba sin crédito público para llegar a diciembre de 2003.
A ocho años de 2001, es evidente que el trauma de la institucionalidad argentina sobrevivió en las entrañas. Eso puede verse cada vez que una cacerola o una movilización despiertan fantasmas de golpe, o cada vez que, en la danza de los acuerdos políticos, se tienda a ver siempre el huevo de la serpiente de una conspiración.
Cuánto aprendizaje hubo es algo que se sabrá en los próximos dos años, sobre todo si el electorado vuelve a colocar, como en 1983 y 1999, al peronismo en la oposición.
