Las razones de una reconciliación a medias

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LaNación.com.ar – Por Carlos Pagni

En pocos días, Héctor Timerman tendrá noticias sobre el beneplácito de los Estados Unidos en recibirlo como embajador de la Argentina. Es posible que, antes de que termine el verano austral, el subsecretario para las Américas del Departamento de Estado, Tom Shannon, incluya a Buenos Aires en uno de sus viajes por la región. En dos semanas, legisladores de los Estados Unidos visitarán el país y serán recibidos por la Presidenta. El embajador Earl Anthony Wayne podrá en adelante entrevistarse con cualquier funcionario argentino. En definitiva: a partir de la visita que ese funcionario realizó ayer a Cristina Kirchner, la Argentina y los Estados Unidos normalizaron su relación diplomática. No es lo mismo que normalizar su relación política, claro.

Ansioso por volver de la furia de comienzos de diciembre, cuando estalló en Miami el caso de Alejandro Antonini Wilson y su valija con 800.000 dólares, el gobierno argentino pasó más de 30 días escudriñando el cielo de Washington en busca de gestos amistosos.

El viernes pasado, apareció uno muy elocuente: en la acusación contra el arrepentido Moisés Maionica no hubo mención alguna de la Argentina ni de su gobierno, salvo una inevitable referencia al aeroparque metropolitano. El texto se circunscribió al cargo principal: la conspiración de agentes irregulares de Venezuela en los Estados Unidos. Ya el 20 de diciembre, al formular los cargos contra los cinco acusados en Miami, la fiscalía había suprimido las referencias a la Argentina y su gobierno.

Esta modificación en el relato que se va elaborando en Miami se corresponde con un cambio de roles. El mediático fiscal asistente Tomas Mulvihill, que el 12 de diciembre señaló a la señora de Kirchner como destinataria del dinero, entre otras cinco menciones a la Argentina, fue desplazado por su jefe, Alex Acosta. Este funcionario es ahijado del juez Samuel Alito, designado por George W. Bush presidente de la Corte Suprema.

El poder político está administrando en los Estados Unidos la divulgación de una pesquisa con consecuencias políticas internacionales. Después de todo, los oficiales del FBI y, de modo menos directo, los fiscales dependen del Poder Ejecutivo. De allí esta paradoja: la eliminación de todo rastro sobre la Argentina en los últimos pronunciamientos terminó de convencer a los Kirchner de la manipulación que ellos denunciaron al estallar el escándalo.

 

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En la conversación de la Presidenta con el embajador Wayne sobrevivieron algunos de esos reproches. Ahora ella está atenta a si, como le adelantan algunos expertos, los demás acusados de Miami siguen el camino de Maionica, se declaran culpables y negocian sus penas con la justicia. Así se suspendería la audiencia prevista para el 17 de marzo y habría una ocasión menos para que vuelvan a ventilarse en público las complicidades bolivarianas entre Buenos Aires y Caracas.

El origen y el destino del dinero de Antonini y las razones por las cuales viajó en un avión contratado por el Estado argentino son enigmas cuya revelación habrá que solicitar a la Justicia, que dejó que abandonara el país sin siquiera molestarlo con un interrogatorio.

La conversación de la Presidenta con Wayne, después de alguna esgrima retórica y un par de referencias a la campaña electoral norteamericana, consiguió superar el enojo. Al embajador de los Estados Unidos le interesa que su gestión no quede clausurada por el incidente de la valija. Es cierto que la Casa Rosada dejó trascender que la incomunicación impuesta a Wayne era casi ficticia y que el diplomático siguió dialogando con el jefe de Gabinete.

Además, mientras desde las tribunas oficialistas se levantaban diatribas contra el gobierno de George W. Bush, el aparato de inteligencia que controlan los Kirchner colaboraba con el norteamericano en la desarticulación de una red de financiamiento de Hezbollah radicada en Ciudad del Este.

Sin embargo, hace una semana el embajador David Gross, coordinador del Departamento de Estado para las Comunicaciones, visitó Buenos Aires con la intención de discutir el régimen que adoptará la Argentina para la digitalización de la televisión. Estados Unidos compite con Europa y Japón en este formidable negocio, que llevó a Wayne a poner por escrito su inquietud en una carta a Julio De Vido. Sin embargo, Gross no pudo entrevistarse con ningún funcionario local debido a la sanción impuesta sobre el embajador. No debería extrañar que la TV digital sea la primera materia que anime el vínculo restaurado ayer.

 

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La señora de Kirchner espera ahora que Shannon realice la visita que había prometido antes del escándalo. Ortega recomendó a los argentinos "estrangular el énfasis": la ansiedad oficial por la llegada de ese funcionario hace juego con el atolondramiento de Patricia Bullrich en buscar en los juzgados de Miami lo que el sistema político local no sabe darle a la sociedad argentina.

La expectativa por el viaje de Shannon muestra el bajo nivel en que quedó la relación bilateral desde el conflicto de la Cumbre de las Américas en noviembre de 2005. Shannon es una figura importante en la elaboración de la agenda regional de Washington. Pero sigue siendo un subsecretario que, en sus varias visitas anuales a Brasilia, es recibido por el director de América del Norte de Itamaraty. En ocasiones, también departe con el canciller.

Para recuperar una idea de las proporciones: durante su primer mes de gestión, Néstor Kirchner recibió al entonces secretario de Estado Colin Powell. No está previsto que Condoleezza Rice ni su segundo, John Negroponte -una clave secreta del conflicto con la Argentina-, lleguen a Buenos Aires en lo inmediato. Sobre todo si la señora de Kirchner sigue privilegiando la conexión bolivariana con Venezuela y Bolivia.

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