Las ideas que defendió siguen siendo vigentes

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Por Ernesto Sanz

La intensidad con que se vivió el año que transcurrió tras la muerte de Raúl Alfonsín nos ha remitido en varias oportunidades a la figura del dirigente político que fue. El contexto que condicionó el ejercicio de su presidencia y la entereza política con que afrontó la adversidad han sido temas ampliamente abordados durante este año por periodistas, militantes y ciudadanos.

No nos cansaremos de repetir que tal vez lo que destaca a Alfonsín es que, como presidente, mantuvo su ética ciudadana, la voluntad reformista y un profundo compromiso social. Pero ese presidente, que en 1983 nos propuso luchar por cien años de democracia, se preparó para serlo; llegó con un programa, con ideas, con trabajo de campo y con equipo.

Sin dudas, la forma mediante la cual Alfonsín llegó a la presidencia ayer es el sustento del fenómeno Alfonsín de hoy. "El padre de la democracia" tenía un modelo de país y en 1980, en plena dictadura militar, publicó un libro de gran profundidad: La Cuestión Argentina. Allí, tres años antes de llegar al poder, se interpelaba a sí mismo sobre las razones del subdesarrollo, la violencia y el autoritarismo, "para comprender lo que pasó, pero también y sobre todo, con el fin de proponer un método para su superación".

Explorar algunas consideraciones de este militante socialdemócrata es realmente interesante treinta años después. Es que para los verdaderos estadistas, el tiempo no pasa.

Uno de los múltiples inconvenientes que Alfonsín señala de la Argentina en 1980 es la exclusión: "Si no hay igualdad entre los educandos, no habrá ciudadanos para la democracia". La desigualdad existente entre los estudiantes en la escuela pública conserva hoy una vigencia lacerante.

En este ámbito, tenemos un desafío apasionante, el de concretar accesos. El acceso a la educación en la Argentina -no sin dificultades- es todo un logro. La llegada de los niños de 4 o 5 años con un piso mínimo de ciudadanía a la escuela es el reto del siglo XXI: vivienda digna, sistemas de transporte público decentes, acceso a agua potable, luz y sistema cloacal no son derechos ejercidos por la ciudadanía en su totalidad.

En segundo lugar, otro tema que plantea Alfonsín es la dificultad de materializar los controles previstos hacia el interior del Estado. Su voluntad en la Reforma de la Constitución de 1994, cuando propició el resguardo constitucional para los organismos de control y la conservación del equilibrio entre los poderes, evidencia que esta preocupación lo acompañó a lo largo de toda su vida pública.

En La Cuestión Argentina Alfonsín opinaba: "El ejercicio del gobierno exige autoridad y cierta unidad de mando. La democracia no sólo lo admite sino que lo propugna, pero estableciendo al mismo tiempo los controles necesarios para definir el ejercicio de la autoridad e impedir la arbitrariedad".

En este aspecto, la hoja de ruta parece más sencilla. La concentración de poder en la Argentina de hoy es producto de una contrarreforma constitucional práctica: la discusión por los superpoderes, el debate por los DNU, la práctica asfixiante de la Nación de concentrar recursos en detrimento de las provincias, el reparto desigual de control y autoridad en el Consejo de la Magistratura son temas tan abarcados por la Constitución Nacional como ignorados en la práctica política.

La inclusión social y el funcionamiento equilibrado de la República son dos construcciones que la Democracia -sí, la que se escribe con mayúscula- tiene pendientes. Así como la recuperación democrática de 1983 volvió a poner los derechos sobre la mesa, posibilitar y garantizar su acceso pleno es una deuda que debemos saldar.

La construcción de un modelo de país que contemple todos estos asuntos irresueltos es el mejor homenaje que le podemos brindar a Raúl Alfonsín, de aquí y en adelante.

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