Encerrados en una democracia que atrasa
Por Lucio Lapeña, presidente de la J.R. Nacional.
Clarín – Una manera de entender la situación por la que atraviesa la Argentina luego de una década de gobierno kirchnerista es centrándose en la idea de democracia como un valor primordial de preservar a fin de garantizar la consolidación de los viejos derechos y el desarrollo de los nuevos.
La democracia constituye un conjunto de prácticas que comprenden al mismo tiempo la libertad y la igualdad respetando las reglas e instituciones destinadas a asegurar el ejercicio de derechos y facultades. La democracia va más allá del origen de un gobierno y se trata de una manera de proteger a las personas y de un compromiso impostergable con las libertades públicas y la igualdad en tanto condiciones materiales de vida.
La democracia puede ser desvirtuada y siempre es posible el regreso a formas de dirección política que se suponían superadas.
Las zonas más fértiles para la perversión de la democracia son aquellas en las cuales escasea la uniformidad de derechos civiles y sociales, en donde no llega la legalidad del Estado y en donde prevalecen prácticas mafiosas e informales que más de las veces conviven con la legalidad estatal. La democracia también involucra al Estado y a sus presupuestos jurídicos, y cuanto más nos acercamos a los niveles subnacionales, más razones tenemos para afirmar que la democracia argentina está quebrada y que el Estado, lejos de ser inclusivo, bordea y se entierra en la ilegalidad.
El kirchnerismo está dejando como saldo una involución enorme en términos de gestión democrática en todos los niveles de gobierno y sus intentos democratizadores no significan otra cosa que el afán de control. Hay que ser precisos y decirlo sin tapujos: un INDEC intervenido es control y desinformación. La distribución arbitraria de pauta oficial es control. El adoctrinamiento escolar es control. El espionaje ilegal es control. El vandalismo infiltrado es control. El medio para el control es el uso y abuso del aparato estatal y la forma de encubrimiento reposa en la victimización y el misticismo.
El misticismo también es control. La retórica emotiva del kirchnerismo funciona para esquivar la responsabilidad que les toca como gobierno y para esconder su carácter coercitivo y prepotente que viola sistemáticamente los principios sobre los cuales se funda una democracia. El misticismo es todo lo opuesto a la racionalidad, y la racionalidad es y debe ser un atributo de la democracia si estamos convencidos de que la irracionalidad crea más problemas de los que resuelve.
La tarea improrrogable que tenemos como generación es dotar a la política de sensatez.
Habrá que hacer un esfuerzo enorme para reconstruir el Estado en todos sus niveles a fin de que tenga verdaderamente un fin instrumental y que se aproxime a los presupuestos inherentes de la vida en democracia.
