En el conurbano crece el malestar por la inflación
Preocupan los precios en el bastión electoral del Gobierno
LaNación .com.ar – José Juárez vende garrapiñada en la esquina de Eizaguirre y Arieta, en San Justo, La Matanza. Hace poco se puso de acuerdo con sus colegas del barrio y subió el precio del paquete a dos pesos. La encargada de la verdulería en el supermercado chino de la vuelta lo increpó: "¿Pero cómo me vas a aumentar la garrapiñada?". José, sin perder la calma, le respondió: "¿Y vos no me cobrás cada vez más los limones o la verdura?"
El garrapiñero tiene justificativos de sobra para su política de precios: los cinco kilos de maní que el año pasado le costaban 13 pesos, ahora no los consigue por menos de 30. Y la garrafa de gas pasó de 20 a 34 pesos.
"Ahora capaz que ganás el doble, pero no te sirve", dice José. El, por ejemplo, ya no puede llevar a comer afuera a su novia, único gusto que se daba hasta hace poco.
En el conurbano, como en el resto del país, la inflación -que se aceleró en estos meses de conflicto con el campo- está pegando sin tregua y cambiando el humor de la sociedad. Pero dos factores distinguen al Gran Buenos Aires: el Indec le atribuye la inflación más baja de la Argentina y su población constituye el principal sostén político-electoral del Gobierno.
LA NACION recorrió tres de los distritos en los que Cristina Kirchner ganó por mayor margen en las elecciones de octubre: Malvinas Argentinas, Florencio Varela y La Matanza. Los aumentos de precios son allí palpables, crece el mal humor social, la gente cambia sus hábitos de consumo para llegar a fin de mes y los comercios denuncian una notoria caída en las ventas durante el último mes.
Menos compras
En Los Polvorines, la mayoría de los negocios están cerrados a la hora de la siesta. Pero el quiosco de Lidia Torres no. "Yo cerraba de 13 a 16 y ahora tengo que tener todo el día abierto para cubrir los gastos. Tengo cinco pibes que alimentar", cuenta. Muchos dejaron de comprarle porque los precios están caros, pero a ella hace dos semanas también le aumentaron un 10% la caja de alfajores. Y los artículos de librería subieron un 15% en promedio. "La gente compra la lapicera, pero ahora pide la marca más barata", dice.
"Acá la venta bajó un 40% respecto de enero -dice Emiliano, al frente de un quiosco en Florencio Varela-. Y lo mismo dicen todos en esta cuadra, el ferretero, el carnicero… Debe ser que el sueldo no le alcanza a la gente."
Hay también negocios que se revitalizaron. La feria americana que Juana Ocampo tiene a pocos metros del negocio de Lidia es un ejemplo. "Acá vendo ropa usada y la gente viene como moscas. Cuando hay más miseria, más vendo yo", dice. "Andan desesperados buscando ropa para los chicos, para reducir los gastos de la casa." Son clientes nuevos, de clase media acostumbrada a que la ropa se compra 0 km. "Son así", dice Juana y hace el gesto de nariz respingada. "El otro día una señora me dijo: ´¡Apúrese, que por ahí viene mi amiga y me va a ver aquí! ", recuerda.
Gente enojada
Varios comerciantes cuentan que tratan de no trasladar todos los aumentos que reciben a sus clientes, por miedo a que las ventas caigan aún más. Y que, aún así, muchos clientes se enojan con ellos. "Por lo que aumentan ustedes, mañana los vamos a saquear", amenazaron a una empleada de una panadería en Malvinas Argentinas el martes último, un día antes del acto del kirchnerismo en la Plaza de Mayo.
"Donde más impacta la inflación es en el segundo cordón -afirma el sociólogo Artemio López, de la consultora Equis-, porque ahí están los sectores más postergados del conurbano. Lugares como Florencio Varela, Moreno, La Matanza… Ahí hay 5 millones de personas residiendo. Es el núcleo de la pobreza y la indigencia. Los hogares en esa región destinan el 50% de sus ingresos al alimento."
Un argumento visitado con frecuencia por el Gobierno para explicar por qué sus índices de inflación son mucho menores que las mediciones privadas apunta a que el objetivo es medir el consumo de los sectores populares y no el de las clases altas porteñas. Pero son esos sectores los que más parecerían sufrir la inflación real.
Estrategias
El metalúrgico Angel Carlos Tabera acaba de comprar carne en Florencio Varela y no lo puede creer. "El viernes pagué 12 pesos el kilo de carnaza y hoy me cobraron 16", se queja. "Todos los días aumentan todas las cosas, y los aumentos en el sueldo no alcanzan. Dijeron que hubo 0,6% de inflación, pero es todo mentira. No se fijan en la gente que sale a comprar todos los días para comer, o que tiene que pagar el boleto para viajar."
A la salida de un supermercado Día, en Malvinas Argentinas, Nancy Goytía repasa: "Los precios están carísimos; todo, la leche, el queso, la polenta para el perro, el jabón, todo. No hay harinas ni aceites". Por la suba de precios no le alcanzó para comprar sal gruesa y sal fina, como tenía planeado. Tiene dos hijos y ya casi no les compra carne. Por el aumento en artículos de perfumería, les pidió que "en lugar de hacerse dos champús, ahora se hagan uno".
Las estrategias para enfrentar la inflación se repiten: cortar las salidas, elegir marcas más baratas, recorrer comercios, sustituir productos. Marcela Velázquez, de Villa de Mayo, redujo a la mitad los 7 kilos semanales de carne que compraba para su familia: "Y… lo varías con pescado y con pollo", explica. Aída Bonsignore, de Oro Verde, resolvió que a partir de ahora sólo habría regalo de cumpleaños para los dos menores de sus 14 nietos: "El resto sabe que igual la abuela los quiere", se consuela. Sara M., una jubilada de 68 años que todavía debe trabajar como empleada doméstica, cuenta que sembró una planta de perejil en su casa para ahorrar unas monedas.
"No hace mucho que empezó a aumentar todo. Desde que empezó a trabajar la Cristina. Ahora con diez pesos no compramos nada", dice Sara, y pide que se resguarde su apellido por miedo a que los vecinos del Frente para la Victoria la "agarren a palos".
