El voto fortalece la democracia

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Por Félix V. Lonigro, profesor de Derecho Constitucional (UBA y UAI).

La Nación – Por definición, la democracia significa que el pueblo es el titular del poder político; es por eso que la palabra democracia refiere al "gobierno del pueblo". Pero debe entenderse bien: en realidad no es posible que el pueblo gobierne, motivo por el cual la Constitución Nacional, en su artículo 22, explica que el pueblo no lo hace sino a través de sus representantes, y a este sistema lo llamamos democracia indirecta o representativa.

La democracia indirecta tiene algo de similar con la aristocracia, ya que en ambos regímenes son unos pocos quienes conducen los destinos del conjunto; sin embargo la enorme diferencia es que, en democracia, a ese grupo reducido de gobernantes los elige el pueblo. De allí la importancia de entender qué tan ligados están la democracia y el voto, porque por medio de éste el pueblo delega el poder político a sus representantes para que éstos lo ejerzan por el tiempo y bajo las modalidades que la Constitución Nacional establece.

Es por ello que no hay democracia sin sufragio; es por ello que resulta indispensable entender que el voto no sólo sirve para elegir autoridades (en todo caso ésa es su consecuencia visible e inmediata), sino también para sostener la democracia. El día de la elección cada elector está cumpliendo una función pública constitucional; está poniendo su grano de arena para que las instituciones continúen funcionando y para que la democracia siga existiendo. Pues ésta es la utilidad no visible del sufragio, la virtud oculta, aunque la verdaderamente importante.

Naturalmente que al elector le importa quién gana la elección, así como también que el candidato al que ha elegido no traicione luego, durante la gestión, el mandato conferido; pero la satisfacción que debe llevarse el votante al sufragar, es la de saber que, con ese simple acto, ha sido protagonista del fortalecimiento de un sistema que, como el democrático, tiene hoy en día un significado mucho más amplio que el de elegir autoridades, ya que constituye un verdadero estilo de gobierno a través de cual las autoridades deben gobernar para el bienestar general, y un estilo de convivencia basado en la existencia de valores tales como el respeto y la solidaridad entre los miembros de la sociedad.

Independientemente de los resultados de las elecciones, la democracia se fortalece con ellas, porque justamente el voto la solidifica y enaltece. Los constituyentes han previsto elecciones cada dos años (diputados), cada cuatro (presidente y vice) y cada seis (senadores) para que la voluntad popular vaya actualizándose en forma permanente. Si esto fuera malo para la gobernabilidad, la misma Constitución estaría atentando contra el sistema que consagra, lo cual resulta a todas luces ilógico.

Los análisis políticos previos, concomitantes y posteriores a cada elección se vinculan con los gobiernos, que son volátiles, que pasan y se recambian; mientras tanto, no puede discutirse que la democracia es más y mejor después de cada acto electoral, después de cada pronunciamiento popular, y esto es lo que cada ciudadano debe entender para evitar tentaciones institucionalmente nefastas, como las de votar en blanco, efectuar votos que luego puedan ser anulados o no concurrir a las urnas.

Votar en blanco nunca puede constituir una alternativa válida para demostrar fastidio por la forma de hacer política o hartazgo por el perfil que pueda adquirir una determinada campaña electoral, porque la democracia existe para que los gobernados podamos elegir a los representantes que conducirán los destinos de la Nación, o cambiar periódicamente a los que no nos convencen. Es absolutamente necesario que alguien conduzca los destinos del conjunto; y si el conjunto quiere ser quien elija a sus gobernantes, pues entonces también es absolutamente necesaria la democracia representativa. Votar en blanco va en el sentido contrario, en el de la inexistencia de gobernantes y de democracia, lo cual necesariamente nos conduce a la anarquía.

Si, a la luz de esta pobrísima campaña electoral, el dilema de algunos es cómo superar la angustia de no saber por quién votar, por la insatisfacción que provocan los candidatos propuestos, el siguiente razonamiento nos debe servir como guía: así como la democracia es el menos malo de los regímenes políticos existentes, votar por los postulantes que menos nos desagradan es preferible a la anarquía, o a los gobiernos autocráticos, cuyos únicos objetivos y plazos son estipulados por ellos mismos, independientemente de los deseos populares.

El 28 de junio cada uno expresará su opinión votando a uno u otro candidato, y probablemente muchos se equivocarán en la elección, pero todos estaremos cumpliendo un objetivo común: el dar fortaleza y sentido a la democracia, y esa es la satisfacción que cada votante debe llevarse del cuarto oscuro.

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