El desarrollo del país rechaza lugares comunes

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Por Rodolfo Terragno

Clarin.com.ar – Los lugares comunes oxidan la imaginación y nublan la vista. Cuando cayó la URSS, surgió un estereotipo: el "mundo unipolar". En verdad, el mundo es un campo magnético que forman dos o más polos. Nunca uno solo. China lo entendió. Rusia lo sabía: antecesora y heredera de los sóviets, fue imán desde Pedro el Grande. La India estaba lista para la multipolaridad. Nehru, numen de los No Alineados, la había ubicado en la "línea neutra". Brasil decidió imantar el extremo sur de América. 

Nadie advirtió la fuerza creada por estos países hasta que, en 2003, expertos de Goldman Sachs -incluida una indoamericana de 28 años, Roopa Purushothaman- "descubrieron" los BRIC: (B) rasil, (R) usia, (I) ndia y (C) hina. Roopa predijo que, hacia 2050, este grupo sumaría un PIB superior al de Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Japón, Italia y Francia. Los BRIC no son una organización; pero sus presidentes tuvieron, en 2009, una reunión cumbre. Al pie de los Urales, discutieron temas comunes. 

Al mismo tiempo, Goldman Sachs añadía otras potencias en expectativa: Corea reunificada y, acaso, México. Sin que esto supusiera la desmagnetización de Estados Unidos, Europa y Japón.
Los Nostradamus económicos suelen equivocarse. La econometría puede ser tan falible como la alquimia o la cábala. No obstante, la multipolaridad y las potencias emergentes obligan a repensar la relación de la Argentina con el mundo. 

Brasil no lidera a los BRIC. Tiene la mitad de la superficie rusa, 16% de la población india y un tercio del PIB chino. Requiere otra escala y, para eso, necesita lo mismo que la Argentina: convertir al Mercosur en un mercado interno ampliado, que potencie a esta región del mundo. Eso exige más pragmatismo y menos lugares comunes. 

Lugar común 1: "Un mundo ávido de alimentos favorece a los países con ventajas naturales para producirlos". La demanda mundial de alimentos será satisfecha, no por países con ventajas naturales, sino con capacidad tecnológica para la megaproducción. Mercosur ya hizo un test. En 1996, la Argentina adoptó -al mismo tiempo que Estados Unidos- semillas transgénicas de soja, de las cuales crecen plantas indemnes a herbicidas. Dos años más tarde, se sumó Brasil. Justo cuando China irrumpía en el mercado global, catapultando el precio de la soja, los tres países acapararon 90% de la oferta. Para la Argentina, la coincidencia fue providencial: impulsó la recuperación del PIB, la balanza comercial y los recursos fiscales. Mediante un modelo matemático, el INTA calculó que, en 1996-2005, la soja transgénica benefició al país en 19.700 millones de dólares. Ahora, no hay que detenerse: se requerirán nuevos desarrollos tecnológicos. 
Lugar común 2: "La ingeniería genética atenta contra el ecosistema y la salud". Al igual que un medicamento, un transgénico ha de someterse a aprobación y control. Leyes y regulaciones deben proveer a la bioseguridad, asegurando la agricultura sustentable, la biodiversidad y la salud. Esto nada tiene que ver con el fundamentalismo ecológico, empeñado en proscribir la biotecnología: actitud retardataria que puede multiplicar la pobreza y el hambre.

Lugar común 3: "Un modelo basado en el desarrollo tecnológico intensifica la dependencia". El progreso de un país depende de la velocidad con la que incorpora los avances científico-técnicos. La Argentina del Centenario era "el granero del mundo". Ford introdujo (justo en 1910) el primer tractor fabricado en serie. Luego, aparecieron los fertilizantes y pesticidas sintéticos. El mundo desarrollado multiplicó su producción agrícola y mermó sus importaciones. Las materias primas se desplomaron y el deterioro de los términos de intercambio trabó el desarrollo argentino. Los precios internacionales, como todos, obedecen a la ley de oferta y demanda. Cuando la oferta fue excesiva, las commodities se depreciaron. Cuando China amplió la demanda, se apreciaron; y el negocio lo hicieron aquellos países -centrales o periféricos- que primero vincularon laboratorios con campo. La independencia económica se logra promoviendo la investigación propia e incorporando tecnología para multiplicar la productividad.

Lugar común 4: "Un modelo exportador desabastece el mercado interno o provoca inflación". Todos los países que se desarrollaron lo hicieron exportando. Como resultado, robustecieron sus mercados internos, crearon empleo, aumentaron salarios reales y gozaron de estabilidad. Las políticas autárquicas, en tanto, empobrecieron a la Argentina. Hoy es el 12° país productor de trigo. Aun Turquía, Kazakhstán e Irán cosechan más. El país todavía se jacta de su ganadería, pero apenas tiene 6,99% del mercado mundial de carne bovina. Algunos lamentan el auge de la soja y celebran que se exporte menos carne. Son los promotores de dicotomías: mercado interno vs. mercado externo, interior vs. capital, industria vs. agro, humanidades vs. ciencia, ciencia aplicada vs. ciencia pura. En el mundo exitoso, la preposición "versus" es sustituida por la conjunción copulativa "y". Se promueven (simultáneamente) el mercado interno y el externo, el agro y la industria.

Lugar común 5: "No conviene exportar materias primas". Es mejor exportar valor agregado; si es que hay mercados compradores. Hoy, de todos modos, está decreciendo la exportación de commodities puras, que ceden su lugar a las manufacturas de origen agroindustrial (MOA). Además, el tipo de exportación no lo es todo. Interesan la rentabilidad y el uso que el país haga de la renta. Con términos de intercambio deteriorados, la Argentina se endeudaba para importar bienes industriales. Hoy, no; y el dogma no debe imponerse a la conveniencia. Claro que esta situación puede ser transitoria. Los agrodólares que la Argentina gane ahora deben financiar la transformación de su estructura productiva. Unida a Brasil mediante una inteligente división del trabajo, puede desarrollar las industrias del futuro. 

Desde la genómica hasta la oceanografía, hay actividades críticas que no podrían encarar uno y otro país por separado.

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