El Presidente de la dignidad nacional

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Por Juan Antonio Tardelli

EldiariodeParaná.com.ar – “La actitud del gobierno argentino es irreversible. No tenemos nada más que conversar. Hemos terminado la entrevista.” Esa fue la altiva respuesta del presidente Illia al embajador norteamericano Robert Mc Clintock, quién procuraba la revisión del decreto de nulidad de los contratos petroleros (15 de noviembre de 1963), bajo amenaza de suspensión de toda ayuda económica de los EE.UU.
La rotunda negativa presidencial representó un gesto de decoro cívico. Y el irrefrenable testimonio del sano y democrático nacionalismo que imprimió Illia a su gestión.
En sólo treinta y dos meses –su mandato se interrumpió por un artero golpe militar– concretó una proficua y muy progresista labor: vigencia plena de la Constitución, calidad institucional y seguridad jurídica; levantamiento de la proscripción del Partido Justicialista asegurando su funcionamiento legal; Ley Oñativia o de medicamentos; Plan Nacional de Desarrollo (1964) que preveía proyectos y acciones para el mediano y largo plazo; crecimiento económico a una tasa anual del 9%; disminución y control de la inflación; achicamiento de la deuda externa; sensible mejora de la situación de los trabajadores (ley de abastecimiento para el contralor de precios; ley de salario mínimo vital y móvil; recuperación de los salarios en un 6,5% e incremento de la participación del sector trabajo en el PBI que llegó a un 45%); plan de alfabetización; aumento del presupuesto destinado a educación, el que alcanzó un 25%; plena autonomía universitaria; notable estímulo a la actividad científica; política exterior independiente; obtención de la Resolución 2065 de Naciones Unidas (18 de diciembre de 1965) que incluyó a las Islas Malvinas en el proceso de descolonización; negativa al envío de tropas a la República de Santo Domingo ante la intervención norteamericana (1965).
Este cúmulo de decisiones trascendentes se abatió por designio de la prepotencia militar aliada a sectores corporativos (grandes empresarios, industriales y rurales, y el gremialismo burocratizado), atizados por la prédica de un periodismo golpista. Consecuencia: se trocó un gobierno constitucional y democrático, por la instauración de un sistema dictatorial y reaccionario. Fue esa, la conjura de –al decir del propio Don Arturo-“las veinte manzanas adyacentes a la Plaza de Mayo”. Es decir, la operación de las fuerzas del privilegio nacional e internacional.
Además de “Illia–gobernante”, se impone valorizar a “IIlia-político” por su extensa y prístina trayectoria. Demócrata pertinaz. Seguro de sí mismo. Poseedor de convicciones muy hondas que proyectó en su comportamiento público. Siempre impecable.
Austeridad, rectitud, capacidad para el diálogo, comprensión, respeto por el disenso crítico fue su praxis militante. Fue un político para la unidad y la creación. Nunca para la confrontación y el dicterio. Progresista por la índole de sus realizaciones. No un progresista retórico. Su estilo era la reflexión y el mensaje sobrio y docente; sin aparatosos atriles, ni monsergas cotidianas.
En estos días –el 18 de enero- se cumple un nuevo aniversario de su fallecimiento: 26 años. El recuerdo no es un episodio meramente convencional o protocolar, impuesto por el capricho del calendario. Es una apremiante requisitoria en favor de la recuperación moral de la política, tan maltratada por múltiples procesos disvaliosos. Sirva esta justa exaltación del doctor Illia como un catalizador para el logro de tan deseado y necesario objetivo, en esta comprometida instancia argentina.

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