Destellos de poskirchnerismo
¿Cómo será la declinación del esquema de poder que hoy domina la Argentina? ¿Sobrevendrá por la implosión de su propia arquitectura? ¿O habrá un agente externo capaz de desafiarlo y sustituirlo? ¿Dónde se esconden las primicias del poskirchnerismo? ¿Entre los todavía disciplinados centuriones del PJ o en los fragmentos inconexos del espacio opositor?
LaNación.com.ar – Por Carlos Pagni. Estas conjeturas, muy brumosas, comenzaron a multiplicarse desde que la rebelión del campo derivó en una crisis política. Sólo en la residencia de Olivos tales interrogantes no llaman la atención. Allí cualquier desafío sigue siendo el golpe de 1976, la inflación mensual no supera el 1% y la crisis energética es la coartada empresarial para un tarifazo. Tampoco se renuevan las soluciones: son D Elía, Moyano, Moreno y poco más. En esta dificultad de Cristina y Néstor Kirchner para interpretar los cambios está instalado el virus de su autodestrucción.
Como suele ocurrir cuando el miedo inspira las acciones, el oficialismo enfrentó la conmoción agropecuaria retrocediendo hasta su identidad más arcaica. Se refugió en el viejo cuartel del peronismo. El acto de Parque Norte, el de Plaza de Mayo y el regreso de Kirchner a la tribuna de los intendentes del conurbano, el jueves último, demostraron que el PJ es el eje excluyente de cualquier estrategia oficial. Kirchner organizó con esa liturgia los demorados funerales de la transversalidad. Sus alianzas ya no se sostendrán en afinidades conceptuales o en sobreentendidos programas de modernización política, ficciones consentidas para la captura del Frepaso residual y el radicalismo K. Los prosaicos automatismos con que Julio De Vido distribuye subsidios y obra pública barata han sustituido la argumentación y el discurso. Kirchner va levantando, uno por uno, los puentes de su fortaleza con el mundo externo. Su política se centrará en adelante en vigilar el orden de su grupo y someter a los demás a una agresiva polarización.
El frente interno opuso alguna resistencia. La crisis aceleró en el peronismo el blanqueo de proyectos presidenciales ajenos a los Kirchner. Los de Mario Das Neves o José Manuel de la Sota, por ejemplo. También Carlos Reutemann o Juan Schiaretti disintieron, escudados en la soja. Reutemann no necesitó que le proporcionaran el aceite de ricino: "Me mandarán a Siberia", se adelantó. A Das Neves -asesorado por el ansioso José Luis Manzano- le dedicaron un "ataque piraña" de mandatarios provinciales, encuestadores fantasmas y periodistas regimentados. En Córdoba tronó otro escarmiento: la Casa Rosada encargó al intendente de la capital, Daniel Giacomino, un acto interprovincial para el mes que viene. Giacomino está enfrentando con Schiaretti. Llegó a su cargo en la lista de Luis Juez, denunciando fraude. El caudillo de Puerto Madero moviliza intendentes para disciplinar gobernadores: en el acto del jueves repasó, obsesivo, la lista de alcaldes que llegaban desde Chubut y Córdoba.
Estos procedimientos no resuelven el problema principal de los Kirchner: la dificultad para ganar Córdoba, Santa Fe y la Capital Federal. Suponer que esas barreras se levantarán porque se rigoree a los insubordinados es como imaginar que se puede resolver el creciente divorcio con la opinión pública pidiendo a Cristóbal López y al ahorrativo Rudi Ulloa que compren Telefé. Aunque hay otros empresarios que se ofrecen a Kirchner para convertirlo en "general multimediático": piensan que alentando esa fantasía sumarán algo a lo que tienen. Ya lo probaron con Carlos Menem en los 90.
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Mauricio Macri es uno de los líderes que con mayor interés están observando, desde su aparente burbuja administrativa, estas fragilidades del poder. Como su formidable popularidad carece de estructuración territorial, Macri vuelve a creer que su destino está en el PJ. Supone que la inflación y la mala praxis oficial garantizan el malhumor social. Nota cada vez más asustados a los apóstoles del kirchnerismo empresarial. En esta visión, los dirigentes intermedios del peronismo deberán optar entre su subordinación al poder central y la lealtad a sus electorados, como ya se vio en el conflicto con el campo. Como no encuentra que en el PJ asome ningún liderazgo alternativo, Macri fantasea con ser quien organice los desprendimientos de la estructura gobernante. Es de los que piensan que el kirchnerismo morirá por implosión.
Elisa Carrió, en cambio, prepara un ataque externo. Confía en que el espíritu de confrontación con que el Gobierno pretende superar su crisis reducirá la dispersión opositora, incomodando a los radicales y frepasistas del kirchnerismo. Según esta lectura, Kirchner conseguirá una transversalidad: la de sus adversarios.
Carrió acierta en un aspecto del fenómeno. El mal momento oficial inspira en la oposición movimientos de síntesis. Sobre todo entre los cuadros intermedios de la Coalición Cívica, el socialismo y la UCR: la megalomanía de los líderes trabaja para Kirchner. El ejemplo más visible ocurrió el viernes pasado en Córdoba: Luis Juez y Mario Negri, que representan el 65% de los votos de esa provincia, reunieron a 58 legisladores cordobeses, santafecinos y entrerrianos para coordinar una agenda agropecuaria común. Ernesto Sanz, Adrián Pérez, Rubén Giustiniani, Gerardo Morales y, a veces, Federico Pinedo expresan esta tendencia en el Congreso. Aunque sus iniciativas sirvan a menudo para que el oficialismo demuestre que está de pie: 10 días atrás quisieron derogar las retenciones móviles en la Cámara de Diputados y el kirchnerismo los aplastó con 140 votos.
El verdadero desafío de quienes enfrentan a Kirchner está en la provincia de Buenos Aires: el santacruceño ha resuelto demostrar que él, y no Daniel Scioli, es el jefe político del distrito. La idea de que el ex presidente se postulará en 2009 para un cargo legislativo domina cada vez más los cálculos de quienes pretenden derrotarlo. E inspira movimientos novedosos.
Si ése fuera el caso, Macri llevaría a la provincia su carta electoral más atractiva: pasearía por el conurbano a Gabriela Michetti, oriunda de Laprida y heredera, entonces, de aquella Graciela Fernández Meijide de 1997. Atemorizaría así a Scioli -acaso su competidor de fondo- y haría colapsar su forzada asociación con Francisco de Narváez. Macri no quiere que el privilegio de enfrentar a Kirchner termine alimentando a eventuales competidores. Prefiere desguarnecer la Capital, aunque las apuestas vayan hacia Carrió. Salvo las de Carrió, que prefiere postular al ascendente Alfonso Prat-Gay.
Macri estudia la posibilidad de desdoblar la elección porteña: garantizarse, primero, el triunfo en la elección de legisladores locales, desentendiéndose de la competencia por la diputación nacional, que se haría en otra fecha.
Narváez multiplica sus contactos en la Coalición Cívica y la UCR hasta que choca con Margarita Stolbizer, la dueña de los votos radicales. Narváez quiere convencer a Carrió de que se lo incorpore como una fracción peronista del antikirchnerismo. La dificultad que encontrará no es política. Carrió mantuvo los conflictos más importantes de su vida con algunos socios mediáticos de Narváez. Curioso: entre ellos se encuentran esos empresarios que se proponen ante Kirchner para armar el aparato de comunicación que le permitiría eternizarse en el poder.
