De continuidades y cambios
Por Adrián Ramos.
La Nación – La Argentina ha sido el escenario de una larga historia de crisis, recuperaciones y nuevas crisis, y de "modelos" que en su momento pretendieron haber resuelto de una vez y para siempre los obstáculos y dilemas del desarrollo económico, sólo para terminar en frustración. En la actualidad, tras un período en el que, sobre la base del esfuerzo de la sociedad y de condiciones internacionales favorables, el país superó una grave crisis y registró un intenso repunte en sus niveles de producción, no se ha definido una perspectiva de crecimiento perdurable, y siguen existiendo problemas sociales graves, que a su vez constituyen fuentes de tensiones y conflictos.
En comparación internacional, la Argentina exhibe actualmente niveles intermedios de ingresos, lejos de las economías más pobres del planeta, pero también lejos de las más ricas. Evitemos, sin embargo, caer en la falacia de los promedios: el rasgo saliente es la desigualdad interna. Hubo una época en que Brasil fue rebautizado Belindia porque combinaba a Bélgica y la India. La vieja Argentina socialmente homogénea también necesita rebautizarse, así como necesita políticas que restablezcan la equidad.
La desigualdad de los ingresos tiene un correlato en grandes disparidades regionales que, al margen de sus repercusiones sociales, se han reflejado en la conflictiva operación de los mecanismos fiscales de distribución y uso de recursos entre provincias. La Argentina es un federalismo desigual que muestra contrastes marcados entre centros urbanos comparativamente prósperos, periferias de ciudades donde cunden la marginación y la pobreza, una zona agropecuaria pampeana productivamente activa y favorecida por el contexto internacional, y un resto del país heterogéneo, con áreas dinámicas y también otras deprimidas y de muy bajo ingreso.
Pero además de estos problemas irresueltos, lo que en algún momento fue una situación macroeconómica robusta, especialmente por la holgura de las cuentas fiscales y del comercio exterior y por los efectos positivos de la reducción de las deudas públicas y externas, se ha convertido en una fuente de dudas, con veloces incrementos del gasto del Gobierno y de las importaciones, en una carrera de resultado abierto con la recaudación y las exportaciones.
Además, se ha instalado una inflación percibida por la experiencia cotidiana, imposible de esconder tras el increíble disfraz de las estadísticas públicas. Después de un período de repunte de los salarios reales tras la crisis, los aumentos de precios fueron carcomiendo el poder de compra de las remuneraciones pese a los apreciables ajustes nominales, en un contexto de disparidades entre los pactados por sindicatos de alto poder de negociación y los que alcanzan al resto. No obstante, el uso de masivos subsidios (que en buena medida se aplican a consumos de grupos pudientes), las lentas variaciones del tipo de cambio y los grandilocuentes controles que intervienen minuciosamente sobre las empresas nada modifican el hecho observable de las persistentes subas en las canastas de bienes adquiridas por las familias. Estas tasas de inflación no permiten la indiferencia.
Vientos de cambio
Las exportaciones contaron hasta fines de la década pasada con favorables condiciones internacionales y un elevado tipo real de cambio. Estas circunstancias han ido cambiando.
Pese a la recuperación internacional liderada por los países emergentes y al componente estructural de los incrementos en la demanda de alimentos, la economía mundial envía señales de incertidumbre y la competitividad externa ha pasado a depender crecientemente del mantenimiento de monedas apreciadas por parte de nuestros socios comerciales. Al mismo tiempo, las importaciones muestran una elevada reacción respecto de subas del gasto interno. A futuro se requerirán esfuerzos para impulsar una dinámica de exportación que sustente la expansión económica.
Cuando una economía está lejos de una utilización plena de sus recursos, la recuperación del consumo puede ser un disparador de inversiones: la acumulación de capital requiere la expectativa de una demanda suficiente. Pero un proceso de mayores niveles de inversión, evitando el recurso al endeudamiento externo, pide contar con sostenidas corrientes de ahorro por parte del sector público y de los sectores privados de ingresos más altos, y que los flujos de recursos así generados se dirijan a la adquisición de maquinarias, infraestructuras y al crédito productivo.
Con sus incertidumbres y potenciales altibajos, las tendencias de la economía mundial abren oportunidades para la Argentina. El país debe aprovecharlas de un modo que potencie las capacidades productivas internas y genere progreso social. Sostener niveles de ingreso crecientes con una distribución más equitativa requiere manejar disyuntivas y buscar balances entre intereses, a veces en conflicto. El Gobierno carece de una visión de largo plazo y por ello hoy la economía no tiene rumbo. Encarar la maratón del desarrollo demanda cambios.
El autor es economista de la UCR y profesor de la Universidad de Buenos Aires.
