Con la escuela sola no alcanza

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Por Enrique Olivera

Lanación.com.ar – El escándalo de la pobreza vuelve a avanzar en nuestro país, dejando hondas cicatrices y condicionando el futuro de la convivencia democrática.

La humanidad del tercer milenio debe enfrentar desafíos de complejidad creciente, de magnitud infinitamente mayor que en otras épocas y de consecuencias por cierto impredecibles. Mientras tanto, la mitad de nuestra población se encuentra todavía sufriendo necesidades primarias insatisfechas.

Las últimas cifras brindadas por diferentes organizaciones sociales denuncian que el 65% de nuestros niños y niñas menores de 18 años viven en hogares pobres o indigentes y están limitados en el ejercicio de sus derechos a la alimentación, a la salud y a la educación.

En los hogares con mayor cantidad de miembros ancianos o menores, la incidencia de la pobreza es obviamente mayor.

Las deficiencias en alimentación, salud y educación tienen un impacto significativo en el desarrollo integral de las personas y condicionan futuras posibilidades de inserción en la sociedad como ciudadanos democráticos, capaces de vivir con dignidad.

Numerosos estudios de las últimas décadas muestran la relación existente entre la estimulación sensorial temprana, la nutrición y el entorno afectivo y social sobre el desarrollo cerebral de los niños. De su nivel dependen sus capacidades lingüísticas, cognitivas, y de control de emociones y comportamientos

Por otro lado, múltiples investigaciones aseguran que el desarrollo cerebral está condicionado por la etapa prenatal y las experiencias de los primeros seis años de vida, porque es entonces cuando se expresan los genes, se diferencian las funciones de las neuronas, se estimulan los canales sensoriales y se establecen las conexiones sinápticas entre las células nerviosas.

Las desventajas en la temprana edad son casi irrecuperables en el resto de la vida y son un agravio ilevantable a la tantas veces declamada igualdad de oportunidades.

La igualdad es un valor en sí mismo que no exige otra fundamentación en nuestra cultura, pero nunca esta de más subrayar que la desigualdad y la consecuente exclusión son fuente de comportamientos violentos, de la incapacidad para discernir y en definitiva de convertirse en ciudadanos democráticos.

Sabemos que en este milenio la complejidad de las relaciones sociales pondrá a prueba la gobernabilidad democrática y que el desarrollo tecnológico ha puesto en pocas manos una inédita capacidad de destrucción de dimensión planetaria.

La educación es la gran promotora de la igualdad de oportunidades, pero está visto que con la escuela sola no alcanza. Fracasaremos si no logramos que los niños lleguen y transiten por los procesos educativos en condiciones que permitan garantizar el aprendizaje, independientemente de las condiciones socioeconómicas de los hogares de los que provienen. Estas acciones exceden largamente las competencias de un ministerio de Educación tradicional.

En la ciudad de Buenos Aires, los datos nos muestran una realidad preocupante en materia de exclusión educativa, a pesar de ser la jurisdicción más rica y donde el porcentaje de alumnos que culmina los distintos niveles formativos es mayor que en el resto del país.

Para María Teresa Sirvent, profesora e investigadora de la Universidad de Buenos Aires, la población de 15 y más años, que "entró alguna vez a la escuela y ya no está más y tiene como máximo nivel educativo el secundario incompleto constituye una población en situación educativa de riesgo por tener una mayor posibilidad estadística de quedar marginada de la vida social, política o económica".

Para esta investigadora, en la ciudad de Buenos Aires el 41% de esa población está en situación de riesgo educativo; 36,9% corresponde a la zona norte y 52,2% a la zona sur.

La misma investigación demuestra que una enorme proporción de alumnos en situación de riesgo proviene de hogares pobres.

El desafío de la inclusión educativa no se satisface solamente con mayor escolaridad, ni siquiera asegurando condiciones de educabilidad al alumno, de lo que estamos bien lejos. Debe comprender también los resultados. En otras palabras, los sistemas de aprendizaje deben garantizar calidad educativa, porque sin calidad la ampliación de la escolaridad puede convertirse en la máscara que oculte la exclusión.

Habrá verdadera inclusión si se transfiere a los alumnos capacidades para realizarse como personas y ganarse la vida en el mundo cada vez más competitivo que les tocará vivir. Por eso hablamos de inclusión educativa plena, es decir, con escolaridad, condiciones de educabilidad y calidad garantizada para todos.

El proyecto de ley de inclusión educativa plena que hemos presentado y está en debate en la Legislatura porteña parte de los siguientes principios: a) actuación integrada de las diferentes áreas del Poder Ejecutivo, sobre la base de un programa conjunto centrado en las zonas o instituciones con población con mayor vulnerabilidad económica y social; b) concentración de inversiones en infraestructura y equipamiento en esas zonas o instituciones, que deben superar en un 50% la inversión promedio por alumno que se realice en cada período escolar; c) formación especializada y estímulos económicos adicionales a los docentes que se desempeñan en ámbitos con esas características; d) concentración de acciones sobre los niños en los primeros seis años de su vida, comenzando por la atención puesta sobre la salud de la madre durante el embarazo; e) evaluaciones precisas sobre los resultados, con metodologías internacionalmente aceptadas, para poder realizar comparaciones internacionales sobre bases homogéneas, y f) un observatorio con amplia participación social, que pueda actuar con idoneidad e independencia para el seguimiento de los programas y la propuesta de innovaciones.

Una buena manera de celebrar el Bicentenario sería poner en marcha una educación a la altura del siglo XXI, capaz de formar ciudadanos moral e intelectualmente preparados para un mundo que debe lidiar con la marginación social, con los desajustes del desarrollo tecnológico y los nuevos paradigmas de la sociedad global. Todo ello en pleno cuestionamiento de la razón y el progreso, valores de la modernidad que hasta hace poco otorgaron sentido a los proyectos de vida individuales y colectivos, pero que deben ser replanteados desde una ética que convierta al ser humano en responsable del otro, aun en ausencia de cualquier relación.

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