Alfonsín y la transferencia del carisma

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Con el triunfo en la interna del radicalismo bonaerense, Ricardo Alfonsín logró su emancipación política. Por Fabián Bosoer.

Revista El Estadista – ¿Es el de Ricardo Alfonsín un caso de carisma hereditario? No exactamente. Cuando Max Weber estudió esta forma de transmigración de carisma pensó en aquellos líderes o monarcas que ungen a sus descendientes como sucesores. No imaginó, o no conoció, el caso de un dirigente político que además de ser hijo de un ex presidente, fuera muy parecido a su padre, hablara y pensara como su padre y representara las mismas ideas de su padre. Y que aún así, fuera en busca de los votos con sus propios atributos, sin contar con el apoyo de los dirigentes ni los aparatos que estuvieron cerca de su padre, y lo lograra.

Es indudable que ese es, hasta ahora, el principal capital simbólico de Ricardo Alfonsín: llamarse como se llama le habrá dado seguramente muchos de los votos que le permitieron ganar la elección del radicalismo bonaerense el 6 de junio pasado. Pero nadie le puede quitar el mérito propio; no necesita recurrir a los ecos nostálgicos ni invocar a Alfonsín padre para presentarse en sociedad; sus ecos están a la vista, y hacen recordar más al ascendente del ’83, que al del ’89 o el de sus últimos años. Lo más importante no es esto, sino que Alfonsín hijo acaba de lograr su emancipación política al derrotar a quienes fueron durante largos años los hijos políticos de Raúl Alfonsín.

El ritual de esa religión laica que es la política dentro de la UCR, las elecciones internas, le permitió al radicalismo en su principal distrito abrir la perspectiva de una nueva renovación partidaria a partir de la cual recomponer sus fuerzas y recuperar algo de la diáspora que lo despobló de militantes, cuadros y votantes. También en esto hay una astucia de la historia: Ricardo repite la hazaña de Raúl treinta años más tarde: derrotar al aparato partidario, entonces representado por la vieja Línea Nacional balbinista, y ahora por un pedazo del viejo alfonsinismo cuyos referentes perdieron el imán que supieron tener una generación atrás.

El carisma es un atributo cuyo origen tiene siempre el signo de lo inesperado y en cierto modo insondable. Algo que escapa a la comprensión de los analistas que precisan poner la realidad en un orden previsible e ineluctable de sucesos, y a las manipulaciones de las pasiones, que pergeñan los especialistas en marketing político y campañas electorales. Es una química que sorprende en primer lugar a sus propios protagonistas. Sorprendió al coronel Juan Domingo Perón aquel 17 de Octubre del ’45. Y sorprendió al candidato presidencial Raúl Alfonsín en octubre del ’83. Es que no se fabrican los líderes populares y democráticos ni en los arreglos de las estructuras de poder, ni en los laboratorios de ingeniería electoral, ni en las consultoras de opinión pública.

Es un fenómeno que no deja de llamar la atención de quienes descreen que la política sea sobre todo el arte de administrar lo existente o conducir lo inevitable. Un fenómeno que dio vueltas siempre en la cabeza de Alfonsín padre, desde el momento en que se convirtió en el primer líder político en arrebatarle el atributo carismático al peronismo; un atributo que, sin embargo, buscó domesticar; “rutinizar” en términos weberianos, transformarlo en rutinas democráticas.

Hay que ir por ese lado para aproximarse al fenómeno que se operó con Ricardo Alfonsín en las últimas semanas. Lo que está lejos todavía de querer decir que podrá volver a recorrer el mismo camino del padre hacia la presidencia. Faltan varias estaciones y pruebas por atravesar y deberán darse condiciones que están todavía más allá del horizonte visible para poder imaginar, por ejemplo, una competencia electoral del 2011 con –por ejemplo- Néstor Kirchner, Eduardo Duhalde, Ricardo Alfonsín y Mauricio Macri disputando la presidencia. Lo que sí se perfila ya es que este resurgimiento alfonsinista que sorprendió hasta a sus propios referentes puede ser al kirchnerismo lo que la renovación peronista fue al alfonsinismo de los años ’80. Quien lo encarna tiene varias desventajas todavía para una candidatura presidencial, pero algunas ventajas apreciables: es uno de los políticos con más baja imagen negativa, lo que significa que, al contrario que la mayoría de sus potenciales contrincantes, su crecimiento tiene un piso pero no un techo fácil de estimar. Se sale de la estereotipada contraposición entre vieja y nueva política: es lo más nuevo que ha dado en los últimos años la política de partido. Y representa, al mismo tiempo, lo más genuino de su tradición. Además, no ha sido ni “radical K” ni “radical anti-K”. Tiene, de tal modo, más futuro que pasado.

Hay algo de circularidad en los ciclos políticos argentinos, sin dudas. Los líderes suelen encontrarse en el momento de su salida con las mismas o parecidas circunstancias que les permitieron llegar. Para algunos eso quiere decir que la historia se repite. Para otros, significa que cuando se aprende y se elaboran bien las experiencias, aciertos y desventuras, siempre puede haber una nueva oportunidad. Que haya un Alfonsín de nueva generación jugando en ligas mayores es, en tal sentido, una inyección de novedad en el pulso político nacional. Renovación y cambio sigue siendo una demanda vigente en nuestra sociedad.

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